EL RELATO DE LA SEMANA
TROFEOS
Se conocieron en Internet. En un chat. No eran personas solitarias, pero buscaban a alguien más, alguien que pudiera acabar de llenar sus vidas. Ella era estudiante de filología inglesa. Él era informático. Les encantaba la música, el cine, leer, salir de marcha. Encontraban siempre temas inagotables de conversación. Se pasaban noches enteras hablando, a través de sus teclados, imaginando como sería el otro. Pronto dejaron de imaginarlo, se mandaron fotos, incluso usaron un servicio de mensajerías instantánea para hablar por voz. A él, Germán, le encantaba la voz de ella, Alicia. A ella le hacían gracia sus bromas.
Sin darse cuenta, en noches interminables, compartidas en la distancia, empezaron a sentir algo el uno por el otro.
-Me gustaría conocerte en persona, Germán. -Le dijo ella una noche. -Lo he estado pensando y creo que necesito conocerte.
Germán al otro lado lo sopesó un momento. No, aún era demasiado pronto.
-Necesito tiempo para pensarlo, Alicia, temo decepcionarte en persona.
-No me decepcionarás- Escribió ella.
-No estoy seguro. Siento algo por ti, pero necesito tiempo para pensarlo, Alicia. Compréndelo.
-Está bien. No insistiré.
Pasaron varios meses más. Y en el transcurso del tiempo hubo algunas crisis. Alicia empezó a pensar que no era tan buena idea llegar a conocerse en persona.
-Quizá tenías razón. Quizá esto es un espejismo, y si nos conocemos se romperá el hechizo.
Germán había empezado a cambiar de opinión.
-No lo sé, Alicia, nos tenemos demasiado cariño como para que esto se quede sólo en una relación a través de la red. Además, los dos vivimos en Madrid.
Un par de semanas después decidieron quedar.
Alicia era rubia y sonriente. Muy guapa. Delicada, pero fuerte. Como en las fotos. Germán era alto, robusto y moreno. Su mirada era oscura como la noche. Se gustaron al primer vistazo.
Estuvieron en un lugar tranquilo, tomando copas. Se contaron infinidad de cosas. Alicia quería ser profesora de Inglés. Le encantaba la enseñanza. Germán deseaba trabajar para una gran empresa del sector informático. Le apasionaba programar. Crear nuevas cosas.
A los dos les gustaba el arte. Tenían una especial sensibilidad.
-Hay una afición de la que no te había hablado nunca. -Dijo Germán. -¿Quieres venir a mi casa y te la enseño?
-¿Qué es?.
-Sorpresa. Si quieres saberlo, ven.
Ella no lo pensó y aceptó. Luego se sorprendió de haber sido tan impulsiva. No solía serlo. Al menos con otros chicos. Pero con Germán sentía algo diferente. Él era realmente la persona más especial que había conocido nunca.
El piso de Germán era pequeño y oscuro. Pero acogedor. Aunque a Alicia no acababan de gustarle todos aquellos trofeos. O lo que fueran.
-No son exactamente trofeos. No los he cazado yo. Soy taxidermista por afición. Ya sé que es una afición extraña. Mucha gente me rechaza por esto. Pero no son más que animales disecados. Muchos los he disecado yo mismo.
Alicia trató de sonreír. Había jabalíes de grandes colmillos, alces, un reno, varios monos pequeños y algunos animales exóticos. Pero lo que más le impresionó fue el chimpancé adulto que estaba disecado en un rincón. Sostenía un hueso, como en aquella película, 2001, y casi parecía el eslabón perdido. Daba la impresión de estar vivo, y a Alicia le pareció que tenía mucho de humano...
-¿No te da pena, todos estos animales muertos?
-Bueno, algunos son cazados, otros estaban enfermos. Yo no he matado ninguno. Sólo los conservo tal y como estaban. Nunca he hecho daño a un animal.
Ella lo pensó un momento. Germán era un chico increíble. Y aunque tuviera aquella rara afición, no iba a renunciar a él.
-Bueno, no voy a decir que me gusta tu afición, pero tampoco me importa.
-Gracias, Alicia.
Una hora después se abrazaban y jadeaban en la cama de Germán. Él la embestía con fuerza, la volvía loca con cada acometida. Los dos chillaban y gruñían, y al mirar hacia arriba Alicia vio la cabeza de jabalí colgada en la pared. El jabalí tenía la boca abierta y era de su boca de donde ahora parecían provenir aquellos sonidos salvajes.
Seguían hablando por Internet. Pero solían quedar casi todos los días. Iban al cine. A museos. A bailar. Salían mucho a pasear, cogidos de la mano, como esos amantes de las novelas románticas. Alicia sentía que le quería de verdad y Germán la miraba con un deseo infinito.
Los dos se sentían felices y completamente llenos.
Finalmente Alicia se había acostumbrado al piso de Germán y a sus animales disecados. Seguían sin gustarle, pero no les prestaba atención. Iban allí a hacer el amor, porque Alicia vivía con sus padres.
Un día Germán le propuso a Alicia que pasaran el fin de semana juntos.
-Tengo una pequeña casa en la sierra. Alejada de la civilización. A varios kilómetros del pueblo más cercano. Es super tranquilo y muy bonito. El paisaje es increíble. ¿Te gustaría venir?
-Me encantaría. Amor.
La noche antes del viaje, Alicia salió de su casa y cogió un taxi. El taxi la dejó cerca del apartamento de Germán. Llevaba un bolsa y dentro un paquete de tamaño medio. Algo duro y consistente iba en su interior. Fue hasta el coche de Germán, abrió el maletero y metió el paquete, ocultándolo entre las mochilas y el equipaje que habían preparado la tarde anterior. Ella tenía un juego de llaves de la casa y del coche de Germán. Él así lo había querido. Quería compartir sus cosas con ella. Cuando terminó, Alicia sonrió. Mientras buscaba otro taxi pensó en que ese fin de semana, Germán tendría una bonita sorpresa.
La casa estaba al pie de una alta montaña, orlada por las nubes. Por todos lados olía a naturaleza. Era maravilloso.
Se dedicaron a deshacer el equipaje. Alicia se ocupó de que Germán no viera el paquete. Lo guardó en un cuarto donde había herramientas. Él no se había dado cuenta de nada.
Ya atardecía cuando prepararon una suculenta cena. Abrieron una botella de un vino muy bueno. Germán tenía chimenea en la casa, la encendieron y se sentaron a su lado en una manta. Alicia se dio cuenta entonces de que en aquella casa no había trofeos. No había animales disecados. Iba a comentárselo a Germán. Pero este la besó. Se abrazaron como dos fuerzas de la naturaleza, libres y salvajes. Se envolvieron mutuamente como las nubes a la montaña. Se amaron y se lo dieron todo, junto al fuego chisporroteante.
-Tengo una sorpresa para ti, Germán. -Dijo ella, aún desnuda. Hizo ademán de levantarse, pero Germán no la dejó.
-Espera. Antes tengo que enseñarte algo. Habrás visto que aquí no tengo ningún animal disecado, ¿verdad? Los tengo todos en una sala especial. Me gustaría que los vieras.
Ella hizo fuerza y se soltó.
-No. Mi sorpresa va antes, guapo.
Se escapó de las garras de Germán y corrió hacia la sala donde había guardado su sorpresa. Cogió el paquete, lo desenvolvió y después escondió el contenido a su espalda.
Desnuda, con las manos a la espalda, avanzó hacia su amante, que la esperaba, confiado, aún tumbado sobre la manta.
Ella se situó sobre él, con una pierna a cada lado de su torso. Sonreía.
-¿Qué llevas ahí?
-Cariño. Te vas a llevar la sorpresa más grande de tu vida, ja ja ja.
Él la miró extrañado. Entonces un extraño objeto apareció ante su vista. Alicia lo empuñó hacia su cara.
-Ahhhhhhhhhh.
-Ja ja ja. Te he asustado, ¿eh? ¿Y tú eras al que le gustaban los animales disecados?
Alicia sostenía en la mano un extraño pájaro disecado, que ahora estaba frente a los ojos de Germán.
-Me han dicho que es un ejemplar muy raro. ¿Te gusta?
-Claro que sí, amor. Ven aquí.
Ella dejó el pájaro sobre la mesa. Se besaron otra vez tumbados en la manta. Ella quería hacer el amor.
-No, cariño. Ven a mi sala de trofeos. Lo haremos allí.
Los dos desnudos, avanzaron hacia una puerta que daba a unas angostas escaleras. Bajaron a un húmedo sótano en penumbra.
Ella entró primero, él se quedó detrás. Cuando se empezó a acostumbrar a la oscuridad, a Alicia le pareció ver una fila de maniquíes. Había unos ocho. Entonces Germán encendió la luz.
Alicia vio efectivamente ocho maniquíes, alineados junto a la pared. Le llamó la atención que el último de los maniquíes no tuviera cabeza. Los otros parecían representar a mujeres, y al contrario de lo que solía suceder, tenían largas cabelleras. Pero estaban desnudos. Sólo eran figuras hechas con algún tipo de plástico. Seres inertes. Ella se volvió hacia Germán.
-¿Qué es esto?
Germán sonreía. Y ella pudo constatar que volvía a estar muy excitado. Se apoyaba en una mesita en la que había un cajón. A lo largo de la habitación había varias mesas metálicas y armarios de herramientas.
-Acércate más, cariño, para que puedas contemplar mejor mis trofeos.
Alicia estaba extrañada, debía de ser algún morboso juego de Germán. Se sintió especialmente excitada mientras se acercaba a los maniquíes.
Al principio no lo notó. Pero había algo extraño en los muñecos. Ese pelo... Parecía real. Pero bueno, muchas veces vendían pelucas hechas de pelo de verdad.
No fue hasta que se acercó más hasta uno de los "trofeos" cuando se dio cuenta de lo que pasaba. Miró la cabeza femenina del muñeco. La expresión de sus ojos, la forma sutil en que se abrían sus labios. ¡Aquellas cabezas eran reales!
Se volvió hacia Germán balbuceando. Pero Germán se le había acercado por detrás. Llevaba una jeringuilla hipodérmica. Y se la clavó en las nalgas.
-Cariño, ¿te han gustado? Esas cabezas son una obra de arte de la taxidermia. Estos son mis verdaderos trofeos. Ahora tú vas a ser parte de la colección...
Antes de desvanecerse, Alicia fijó su vista en el maniquí sin cabeza. Sus ojos se salieron de las órbitas por el horror.
A la mañana siguiente, luego de una noche de duro trabajo, Germán se acercó al maniquí sin cabeza. Llevaba la cabeza de Alicia cogida por el pelo. Con ella había realizado su mejor obra. Clavó en el maniquí una punta de flecha de doble punta, sobre el cuello. Después insertó allí la cabeza hasta que quedó bien sujeta.
Germán se alejó un poco para contemplar el efecto.
-Oh, Alicia. Eres preciosa. Y ahora lo serás para siempre. Lo supe desde que me mandaste la primera foto. Eres mi mejor obra de arte, mi mejor trofeo...