sábado, 21 de diciembre de 2013

EL RELATO DE LA SEMANA
EL MUÑECO DE CHOCOLATE

(Basado en un cuento ilustrado que leí de niño)

Unos niños compraron una tarta de chocolate para celebrar un cumpleaños. Encima de la tarta, había un muñequito de chocolate con un aspecto muy simpático. Casi parecía vivo.
Los niños comenzaron la fiesta, comieron, tomaron refrescos y luego pasaron a la tarta.
Cuando se disponían a partir la tarta en ocho partes, el muñequito pegó un brinco.
-¡No!- dijo -No voy a permitir que me comáis.
Los niños se quedaron estupefactos por la sorpresa.
Luego reaccionaron.
-Muñequito de chocolate, no queremos hacerte nada. Quédate y juega con nosotros.
Pero el muñequito de chocolate no les hizo caso. Salió corriendo, y aunque algunos trataron de cerrarle el paso, no pudieron impedir que saliera por la ventana que daba al jardín.
Algunos niños lo siguieron por la misma ventana, otros por la puerta.
El muñequito de chocolate ya se perdía en la lejanía.
-No, no te vayas, no vamos a hacerte nada.
Pero el muñequito corría y corría mucho, cada vez les sacaba más ventaja.
-Sólo queremos ser tus amigos. Nunca conocimos a un niño de chocolate.- Gritó el que iba más cerca del muñequito.
Pero este no le hizo caso.
El muñequito se acercaba al río.
Al llegar a la orilla dudó un momento.
-No cruces el río, por favor.- Dijo el mismo niño que antes había hablado.
El muñequito de chocolate se volvió. Pareció dudar. Luego dijo.
-No, queréis engañarme, queréis comerme, lo sé. Voy a nadar y llegaré a la otra orilla.
-No lo hagas. Recuerda que eres de chocolate. Te derretirías.
El muñequito volvió a dudar.
-Queréis engañarme y no lo voy a permitir.
Y decididamente se lanzó al agua y se puso a nadar.
Nadaba con un gran estilo, a crol, y parecía que iba a conseguirlo. Los niños miraban expectantes reunidos a la orilla del río. Algunos señalaron a un puente que había más arriba. Corrieron hacia allí.
Desde el puente habían perdido el rastro del muñequito. Al llegar a la otra orilla miraron y miraron y no le vieron por ningún lado.
-¿Se habrá ahogado?
-Se habrá escapado para siempre.
Y se sintieron tristes y confundidos. Entonces uno miró al suelo y exclamó:
-¡Mirad!
Sobre la arena de la orilla, había una mancha con forma de niño. Era una gran mancha de chocolate.
-¡El muñequito de chocolate se ha derretido!- Dijeron todos a la vez, y a la vez comenzaron a llorar, desconsolados.
Y ya no pudieron pasárselo bien el resto del día, cuando volvieron entristecidos y cabizbajos a la fiesta de cumpleaños.

domingo, 1 de diciembre de 2013

EL RELATO DE LA SEMANA
LA NIEBLA

   Cuando Nieves despertó y miró a través de la ventana que daba al pequeño bosquecillo de abetos, pudo ver que el pueblo entero se hallaba cubierto por una ligera neblina.
   Los contornos de las cosas sólo se disolvían un poquito, y se tenía que mirar a bastantes metros de distancia para empezar a ver las cosas un tanto borrosas.
   Aquello solía suceder bastante a menudo en aquella zona de alta montaña, donde las casas de madera del pequeño pueblecito estaban convenientemente impermeabilizadas y así protegidas contra eventualidades como aquélla. Lo cierto era que aquel lugar siempre se encontraba húmedo, a veces incluso en pleno verano. Y no sólo la niebla venía a hacer más difícil y más fría la vida de aquel paraje. La lluvia no dejaba de aparecer y la nieve era tan frecuente como podía serlo la sequedad absoluta en un tórrido y arenoso desierto.

   Nieves se levantó de la gran cama con el sueño aún nublándole los ojos. Había pasado una noche inundada por el frío, a pesar de las numerosas mantas y sábanas con las que se envolvía en la cama. Se dirigió hacia la mesita donde estaba la palangana con el agua y el espejo en la pared. Miró el reflejo de su hermoso rostro soñoliento y después se lavó la cara con el agua de la palangana. ¡Qué fría estaba!, pensó, pero también era la mejor manera de espabilarse de golpe. Tenía que darse prisa e ir a buscar la leche fresca para el desayuno.
   Se quitó el pijama y se cambió de ropa interior rápidamente, movida por el frío que la obligaba a vestirse cuando antes. Se cubrió con el más grueso de sus jerseys y se colocó su anorak favorito.

   En la calle hacía un frío de mil demonios, aquel frío que siempre traían consigo las primeras luces de la mañana. Además estaba la niebla. Esperaba que al medio día se hubiese levantado, como siempre ocurría, pero hasta entonces se encargaría de envolverla con su fría humedad, que parecía traspasar cualquier tipo de prenda que llevase para protegerse.
   Debía bajar al pequeño valle donde estaban los establos de las vacas en los que compraba la leche. Aquélla era la vida del pequeño pueblo. Las vacas lecheras. En aquella zona más baja el clima era más soportable para el ganado vacuno, a parte de que existiese abundante hierba verde y fresca.
   Casi al final del pueblo estaba la casa de Lorenzo. En la puerta le esperaba el muchacho como cada mañana, desde que ella había relevado a su madre en aquella función. El muchacho llevaba dos recipientes para la leche. Tenía tres hermanos además de él. Necesitaban mayor cantidad que en la casa de Nieves, que sólo portaba un recipiente. Ella estaba sola, no tenía hermanos, sólo estaban sus padres y ella, y aunque esto le había hecho sentirse desgraciada cuando era más pequeña, ahora no le importaba en absoluto.
   -Hola, Nieves -fue el saludo del muchacho.
   -Hola, Loren -respondió.
   -Hoy tenemos otra vez niebla. -Miró a la bella joven de quince años mientras se ponían en camino.- Es un fastidio.
   -Sí -respondió con voz ausente, mientras miraba las formas ligeramente fundidas en lo blanco a su alrededor. -Sin embargo es misteriosa. De alguna forma encierra una belleza sobrenatural.
   Loren no dijo nada. Sabía que su amiga era melancólicamente romántica. Apreciaba una belleza especial en la naturaleza que él no llegaba a comprender. Bajaron por el húmedo sendero. La nieve se estaba derritiendo, pero aquel día las pocas plantas que crecían a aquella altura se encontraban heladas, blancas como los blancos fantasmas de los que habían estado vivos. El invierno se adentraba en la montaña, al igual que lo había hecho la niebla en aquella fría mañana.
   Los mugidos de las vacas y el olor a estiércol llenaban el aire helado en el interior de los establos. Nieves y Loren se dirigieron al señor Eusebio que ya estaba ordeñando. Aún sus padres no se habían levantado de la cama, lo harían más avanzado el día, cuando ellos volvieran con la leche para desayunar.
   Ver ordeñar a las vacas era casi un rito mágico para Nieves. Era algo que adoraba, pues adoraba la leche. En unos minutos el señor Eusebio extrajo el sabroso jugo, rebosante de nata, espeso y aromático. Nieves se relamía de gusto al pensar en el tazón caliente de leche que se tomaría después. Recogió el cántaro lleno de leche y esperó mientras el señor Eusebio llenaba el de Lorenzo.
   -Ya están llenos -Anunció el señor Eusebio con una sonrisa. Pagaron y cargaron con sus fardos dirigiéndose hacia la puerta del establo.
   Afuera la niebla se había espesado, sólo un poco, pero de forma apreciable. La humedad llenaba el ambiente hasta hacerse molesta.
   -Creo que hoy va a ser un día frío y desagradable. Quizá no podamos salir esta tarde a pasear por el bosque.
   -Saldremos -dijo Nieves.- Si persiste la niebla eso lo hará más emocionante. El bosque parecerá cargado de magia.
   -Magia blanca -dijo Loren sonriendo.- Y húmeda. Bueno, si el día sigue así y deseas salir yo iré contigo. Espero que me llames si así lo decides.- Loren no quería dejar pasar ninguna oportunidad de estar con la muchacha. Iría con ella aunque la incomodidad húmeda de la niebla estuviese en el ambiente.

   A la hora de comer, Nieves tomó un vaso de café con leche bien caliente. El frío seguía arreciando, colándose por las rendijas de puertas y ventanas, convirtiendo aquel día de invierno en uno de los más duros de aquel año.
   Las casas estaban hechas sobre una base de piedra, recubiertas luego por paneles de madera, por fuera y por dentro, de forma que la impermeabilidad y la protección contra el frío eran muy buenas. No obstante Nieves se sorprendió al comprobar que su jersey estaba húmedo. Después de acabarse el reconfortante café subió a su habitación y puso música en un pequeño cassette. Se tumbó sobre la cama para escuchar la música, pero antes conectó el pequeño brasero eléctrico que tenía para los días especialmente fríos. Normalmente utilizaban la chimenea del salón para calentarse, y así lo habían hecho también aquel día, pero difícilmente el fuego de la chimenea podía calentar una habitación del piso de arriba. Ya más reconfortada por el calor del aparato que colocó junto a ella se dedicó a deleitarse con la música. Era sábado, y hacia dos días que estaba allí, como todos los años por esas fechas, justo antes de navidad, ya que sus padres tenían vacaciones de invierno. No era normal, no demasiado al menos, que las nieblas de la mañana durasen más allá del mediodía. "Ésta es una niebla de mañana, sólo que ha traspasado su límite natural y aún dura y se espesa por la tarde. Es la Niebla, simplemente eso". A Nieves le gustaba concebir ideas extrañas, poéticas incluso, le gustaba ver la realidad a su manera particular. Al rato se levantó y avanzó hasta la ventana. Afuera la Niebla se había espesado. Permanecía quieta, densa, como si esperara algo, casi se podía notar su gélido y acuoso contacto. Nieves pudo sentir un fuerte escalofrío y cruzó los brazos sobre su pecho en un gesto de protección.

   -¿Está Loren? -Tenía frente a ella a la madre de Loren, que le había abierto la puerta. Antes de que la mujer pudiera contestar se oyó una voz en el interior de la casa: "¡Ahora salgo, Nieves, espera un minuto!".
   -¿Pensabais salir con este frío?. -Le dijo la madre de Loren.
   -Me gusta pasear entre la Niebla. -Respondió Nieves entusiasmada.- Iremos muy bien abrigados, no se preocupe.
   La madre de Loren no replicó. Conocía bastante bien las raras ideas que se metían en la bonita cabeza de Nieves.

   Cuando llegaron al bosquecillo que descendía por la montaña al otro lado del pueblo la Niebla se había espesado aún más. El frío también había aumentado de manera considerable. La Niebla, de una blancura infinita y casi cegadora, permanecía estancada, quieta, descendiendo sobre la montaña sobre la que se levantaba el pueblo, agarrándose allí a los árboles que se erguían como columnas hacia el cielo que dominaba la Niebla. Ahora no existía nada más allá. El límite del mundo por todos lados era Ella, era el blanquecino horizonte que les rodeaba.
   -Estás loca -dijo loren en un tono que no quería ser demasiado ofensivo. Contemplaba fascinado cómo la niebla se iba cerrando a su alrededor. Nieves le sonrió y le puso una mano en el hombro.
   -Pero es bella, ¿verdad? ¿No te parece que la Niebla hace que los paisajes cambien hasta un punto en que ya no podemos reconocerlos?. Se convierten en algo realmente fascinante. Como si se tratara de otro mundo. La Niebla transporta con ella su propio mundo.
   A Loren le gustó bastante el gesto de Nieves de agarrar su hombro. Decidió que si quería conquistar a la muchacha debía seguirle el juego, pero hacía tanto frío...
   -Puede que tengas razón -dijo Loren mientras bajaban despacio pisando sobre el húmedo suelo que ya empezaba a helarse- Pero es demasiado fría. Si nos perdiésemos podríamos morir congelados. Creo que es mejor contemplarla desde la ventana de casa, bien caliente y a gusto.
   Nieves no contestó enseguida, miraba hacia todas partes, veía cómo la Niebla se cerraba cada vez más. Ya sólo se podía ver bien a unos diez metros de distancia. A Nieves la fascinaba particularmente los inciertos bultos oscuros que eran los árboles detrás de la Niebla.
   -Pero su magia está aquí... está dentro de ella, está en el contacto directo con ella. -Nieves se detuvo una vez más fascinada por la blancura infinita. De súbito la Niebla pareció cernirse sobre ellos y el paisaje quedó completamente cerrado a su vista. Ahora sólo existía el blanco húmedo y esponjoso de la Niebla.
   -Regresemos. -Loren se había visto embargado por un súbito sentimiento de terror. -Si avanzamos más podríamos perdernos y la humedad y el frío son cada vez mayores.
   Nieves asintió aunque aún poseía aquella mirada impregnada de fascinación.
   Iniciaron lo que trataba de ser un rápido regreso ascendiendo por la ladera del monte. Delante de ellos jirones de Niebla se movían lentamente hacia varias direcciones movidos por un viento que a los chicos les parecía imperceptible. Los jirones parecían estar interpretando para ellos una mágica danza de la naturaleza, parecían seguirles y pasar de un lado a otro por delante de sus ojos.
   - Es como si estuviera viva... -Nieves habló en un tenso susurro. Aunque al principio Loren no la había entendido bien, enseguida se dio cuenta de lo que había dicho Nieves, el también lo sentía así. Entonces se percataron de que ya debían de haber llegado al pueblo. Realmente se habían alejado muy poco.
   -Hemos avanzado hacia arriba pero no en la dirección correcta. -Susurró Loren.- No lo entiendo, siempre había creído conocer bastante bien la zona, lo suficiente como para haber llegado al pueblo con los ojos cerrados.
   Ahora la Niebla era más espesa que nunca. Y el frío empezaba a embotar sus músculos. Sintió cómo el miedo se metía en su organismo en forma de humedad.
   -Ha sido Ella -Susurró Nieves con una voz que empezaba a temblar a causa del frío-. Ella... la Niebla... Sí, Ella hizo que nos perdiéramos.
   Y Loren comprendió que Nieves tenía razón. De alguna forma aquella Niebla se las había arreglado para desorientarles, no de la forma natural en que la niebla desorienta, aquello había sido diferente, como un acto deliberado. Entonces sintió que su miedo estaba fabricado de humedad, la humedad era el miedo y el miedo era humedad, y ambas empezaban a colarse dentro de su cuerpo, traspasando la piel y llegando a inundar las entrañas, los huesos, todo.
   -¡Si no encontramos enseguida el camino hacia el pueblo moriremos congelados!- Gritó Nieves. Su fascinación por la Niebla se había acrecentado hasta transformarse en terror.
   Los dos jóvenes se vieron arrastrándose por el terreno, tirando el uno del otro, dándose toda la prisa que podían mientras el frío y la blanca oscuridad se cerraban cada vez más a su alrededor. La Niebla parecía intentar aplastarles metiéndose en sus ropas y en sus cuerpos, como si quisiera alimentarlos con su propia esencia. Ahora estaban empapados, casi helados. El tiempo se acababa y el segundero del frío y la humedad corría cada vez más aprisa.
   -¡Dios mío, ya deberíamos haber llegado! -Loren se dio cuenta de lo cansado que estaba, de lo embotados que estaban sus músculos, se apercibió que su mente perdía claridad mientras observaba la claridad que le circundaba, que ahora era el universo entero. Sintió que sería mejor sentarse a descansar, echarse a dormir, dormir el sueño frío...
   -¡Loren, maldita sea, sigue caminando! -A Nieves apenas le quedaban fuerzas. Ya no veía nada excepto lo blanco. Intentaba tirar de Loren subiendo una empinada y resbaladiza cuesta que parecía un lugar completamente desconocido. Entonces los dos resbalaron chocando contra el tronco de un árbol, que sólo era una sombra insinuándose entre la Niebla. Nieves intentó levantarse, pero se dio cuenta de que era demasiado tarde. El proceso de congelación estaba comenzando, ya nada lo pararía.
   -Se acabó, Nieves. Quiero que sepas.. yo te quiero... yo...
   Ambos se abrazaron para morir unidos, pero había un abrazo que les abarcaba a ambos, el abrazo de la Niebla, el abrazo que se los llevaría a la eternidad.
   -¡Loren, Nieves! -El grito venía de cerca. Ambos levantaron la cabeza.
   -¡Es tu hermano Arturo! -Nieves trató de incorporarse sintiendo que renacía su esperanza. Loren apenas reaccionó.
   -¡Estamos aquí, aquí!
   -¡Ya voy, ahora mismo voy!
   Nieves observó cómo le tendían una mano desde la nada. Al momento tomó la mano y pudo observar el resto de la silueta de uno de los hermanos pequeños de Loren.
   -¡Ayúdame, Arturo, tu hermano se está congelando!
   Entre los dos y con grandes dificultades consiguieron levantar a Loren, que parecía desconectado del resto del universo. Subieron trabajosamente la pendiente, y entonces Nieves se dio cuenta de que estaban casi al lado de las primeras casas del pueblo, donde el terreno empezaba a descender. "Hubiéramos muerto a las puertas de la salvación". Pensó Nieves con un estremecimiento. Ahora que estaba otra vez en movimiento volvía a sentir la sangre corriendo veloz por sus venas, podía sentir cómo su cuerpo recuperaba parte del calor perdido. Pero el aspecto de Loren era mucho más preocupante. Vio que estaba blanco, mucho más pálido de lo que ella había visto en una persona viva. Su piel estaba helada como un témpano.
   -Loren, ya llegamos a casa. Enseguida estarás bien. -Arturo intentaba animarle. Había sido muy trabajoso arrastrarle hasta allí, incluso con la ayuda de Nieves, ahora el también notaba cómo su cuerpo empezaba a enfriarse demasiado. Era algo que nunca le había pasado antes, ni siquiera en los días más duros del invierno. Las ropas que llevaban los tres eran casi completamente aislantes. Pero el frío y la humedad se colaban a través de ellas. El agarrotamiento ya estaba acabando con su resistencia.
   -La tengo... dentro. -Loren susurró estas palabras desde unos labios amoratados de un color brillante chillón en comparación  con la palidez de su rostro.
   -¿Qué? ¿Qué di...? ¡Oh, mira, Arturo, ahí sale vuestra madre!

   Ya era de noche y Nieves estaba acurrucada en el sofá. Llevaba puesta una gruesa bata y se cubría con varias mantas. Había tomado un baño caliente y se encontraba mejor. Sin abandonar esas mantas se dirigió hacia una ventana y observó el exterior. La Niebla seguía allí, acompañaba a la noche, creaba halos ominosos alrededor de las farolas del pueblo. Seguía allí, llenando todo el espacio, no quería marcharse.
   -¿Por qué siempre se te ocurren esas ideas absurdas? ¡Salir al bosque con la niebla y el frío que hace!.
   -¿Qué? -Nieves se volvió.- ¡Oh!, sí mamá, tienes razón. Fue una idea estúpida.
   -Podrías haber cogido una pulmonía. Y quizá tu amigo Loren ya la haya cogido.
   -Lo sé, todo ha sido culpa mía... Voy a acostarme.

   Pasó frío en la cama. Soñó con el blanco envolvente de la Niebla, se arrebujó en sueños entre las sábanas, pero el frío seguía permanentemente con ella.

   Loren susurraba en su sueño. Temblaba y estaba blanco y frío. Su madre había tratado de abrigarle lo máximo posible, pero el frío no le había abandonado. En sus sueños corría entre la Niebla, corría desnudo exultante de júbilo. Ya no tenía frío, no lo tendría nunca.

   Nieves despertó envuelta en sudor. Todo estaba inundado por el sudor, todo estaba casi encharcado. No, ahora se dio cuenta, no era sudor, era la humedad, la humedad que se estaba colando dentro de su casa. Se levantó y fue hacia la ventana. La blancura hiriente del exterior le demostró que nada había cambiado. Ella seguía en el pueblo. Seguía allí en la mañana del domingo.
  Cuando bajó al salón se dio cuenta de que la humedad había inundado las paredes, toda la casa. El agua parecía a punto de rezumar de los paneles de madera con los que estaban recubiertos los muros. Trato de encender la chimenea pero los troncos estaban muy mojados.
   -Ya lo intenté antes. -Nieves se volvió y pudo ver a su madre cubierta de mantas.- Será mejor que hoy no vayas a por la leche, el tiempo es demasiado malo. -A Nieves le pareció que su madre temblaba demasiado, que estaba demasiado pálida.
   -No pensaba ir, mamá. Habrá que esperar a que se disipe la Niebla.
    
   Estuvo toda la mañana en casa, sólo al mediodía pensó que el invisible sol, allá en lo alto, había logrado calentar el ambiente lo suficiente para poder ir a ver a Loren.

   Esperó en la puerta sintiendo cómo la humedad trataba de profanar su cuerpo. Al fin la puerta se abrió. La madre de Loren la miró un momento con el ceño fruncido, pero al fin dijo:
   -Pasa, Nieves. Loren ha estado murmurando toda la mañana que quería verte.
   El muchacho se encontraba en la cama, en su habitación, tapado por tantas mantas que parecía encontrarse debajo de una montaña de algodón y lana.
   Cuando Nieves y la madre de Loren, entraron en la habitación, el muchacho murmuraba algo con insistencia. "Quiero ir... con Ella. Quiero verla otra vez. Quiero... quiero ir, ir... Ella".
   Nieves se acercó a la cama donde yacía su amigo y le acarició suavemente la cara. Se estremeció al sentir el hielo que era su piel.
   -Ya estoy aquí, Loren, he venido a verte.
   -¡Nieves! -El muchacho intentó incorporarse.- Nieves, tienes que decírselo. Tienen que dejarme ir con Ella, quiero... ir con Ella.
   Nieves levantó la mirada del lecho y se encontró con la de la madre de Loren, ninguna de las dos entendía nada.

   La casa de Nieves estaba cada vez más húmeda y su madre estaba aún más pálida. Su padre le había dicho que muchas otras personas empezaban a tener aquellos síntomas que parecían ser algo más que una simple pulmonía.

   Por la tarde volvió a verle. Se sorprendió porque esta vez Loren la esperaba levantado.
   -¡Hola, Nieves! -se levantó del sofá en el que su madre le obligaba a reposar envuelto en mantas y su tono fue casi jovial.
   -Loren, me alegro de que te encuentres mejor.- Sin embargo el corazón hizo varias piruetas en su interior. Loren seguía estando blanquecino, igual que al mediodía.
   -Sí, estoy mucho mejor, muchísimo. Ya no tengo frío, ¿sabes? -Se acercó a ella y le dio un beso en la cara. Su mejilla estaba helada.- En realidad te esperaba. Hoy sí que me apetece pasear entre la Niebla. ¿Te vienes? -Y antes de que nadie pudiera hacer nada Loren se había quitado las mantas de encima y corría hacia la puerta de entrada.- Ella me llama. Quiero formar parte de ella. -Dijo mientras habría la puerta y se perdía en el húmedo exterior.
   -¡Dios mío! -gritaron a la vez Nieves y toda la familia de Loren. Nieves y Arturo corrieron en pos del muchacho y también se perdieron en la blancura exterior.

   -No se ve nada, Arturo.
   -Y empiezo a agarrotarme de frío. Creo que voy a volver.
   -¡No! -Su voz sonó irritada.- Si no le cogemos morirá.
   -Lo sé, pero no sé a dónde puede haber ido. No se ve nada. Nunca lo encontraremos.
   Nieves había comenzado a pensar que quizá sería así cuando oyeron unos gritos de júbilo que venían de no muy lejos.
  -¡Ahora soy parte de Ti, ahora llevo tu esencia dentro, te tengo dentro!
  Nieves y Arturo reconocieron la voz de Loren y corrieron en esa dirección. En unos segundos le habían encontrado y Nieves no supo que pensar cuando vio que su amigo se estaba desnudando mientras gritaba al aire.
   -Hace un día estupendo -Les miró pero fue como si su presencia no contara. Arturo y Nieves lo agarraron por los brazos y comenzaron a tirar de él hacia la casa. No opuso resistencia, pero seguía gritando y tenía los ojos desorbitados. Nieves pudo notar el tacto gélido de su piel, pero notó algo más. La carne de Loren parecía reblandecida, era demasiado porosa y se contraía ante la presión de sus dedos. Sí, en verdad parecía eso, parecía una esponja llena de humedad, llena de la esencia de la Niebla.

   Por la noche incluso las paredes de la casa de Nieves estaban volviéndose esponjosas y blancas. El número de casos afectados por la rara enfermedad había aumentado mucho. Su madre seguía peor y ya se había acostado. Su padre empezaba a experimentar los primeros temblores. La Niebla seguía descansando sobre el pueblo. Y no sólo eso, empezaba a llenarlo, empezaba a estar en todas partes.
   Cuando Nieves se acostó le pareció que lo hacía sumergida en unas aguas del Polo Norte.
    
   Cuando abrió los ojos vio que la Niebla se había colado dentro de la casa. Se asustó mucho y se vistió con rapidez; bajó a la cocina para prepararse un café con leche bien caliente, con la leche que aún le sobraba. Oyó cómo la puerta de la calle se abría y se cerraba. Cuando fue al recibidor pudo ver a su madre que volvía de la calle. Iba sólo con el camisón de noche.
   -Hace un magnífico día fuera. -Dijo sonriendo con sus pálidos labios. Nieves sintió cómo algún resorte saltaba dentro de ella y subió a la habitación, se abrigó lo mejor que pudo antes de salir a la calle.

   "Duerme profundamente". Le informó la madre de Loren con un susurro casi histérico. "Pero quiero que veas algo". Fueron a la habitación del muchacho y Nieves se encontró con lo que parecía un cadáver en su lecho de muerte. Su madre le sacó un brazo de entre las sábanas pero Loren siguió durmiendo en lo que parecía un sueño plácido.
   -Y ahora mira.- Nieves pudo ver cómo apretaba aquel brazo y vio cómo éste se comprimía de forma antinatural y de él surgían gotas de agua.

   -Voy a bajar al pueblo del valle para buscar al médico. Al fin y al cabo yo fui quien hizo que enfermara obligándole a pasear entre la Niebla. -Sabía que aquello no era del todo cierto, pues había muchos otros en el pueblo enfermos de lo mismo que ni siquiera habían pisado la calle, como su madre.
   -Será muy peligroso. Debería ir tu padre.
   -No. -Nieves se fijó en las paredes que estaban húmedas y chorreaban.- De alguna forma me siento responsable de esto. Lo haré yo. -Y sin decir nada más cruzó el salón, abrió la puerta de la calle y se perdió en la nada blanca.

   Pensaba coger el caballo que tenía su padre en el establo. Los coches no eran útiles a esa altura, sólo se usaban para el viaje de ida y vuelta, ya que era necesario el uso de cadenas. Era un percherón robusto, no muy rápido pero capaz de atravesar toda clase de terrenos en las peores condiciones.
   Entró en el establo hasta el lugar donde se hallaba el caballo de su padre.
   -Hola, Viento- le susurró al animal acariciándole el morro.
   El establo estaba al lado de la lechería, un establo compartido, donde la gente de ciudad que tenía casa allí dejaba  a los animales al cuidado del señor Eusebio. Pudo ver que allí la humedad no había afectado para nada. La concentración de la Niebla era mucho menor en aquel terreno más bajo. La Niebla parecía "enganchada" a la cima de la montaña.

   Cuando hubo cabalgado menos de un kilómetro se dio cuenta de que la Niebla se acababa allí de una forma brusca. Entonces pudo ver el sol de la mañana, que acababa de salir de detrás de una montaña en el horizonte. Por fin empezó a sentir que la humedad se evaporaba de su cuerpo y comenzaba a entrar en calor.

   En el pueblo el doctor no estaba en ese momento. Se encontraba atendiendo a un enfermo y tardaría en volver. La asistenta del doctor la dejó que esperara en su casa. El médico tenía televisión. Arriba, en la montaña, nadie se había molestado en comprar ninguna. Ni siquiera habían construido antenas en las casas. La distracción de los programas logró mitigar en algo su nerviosismo.
   A las once de la mañana llegó el doctor.
   -Esta niña le ha estado esperando.- Le informó la asistenta.
   -¿Si?¿Y que te pasa?
   -No es a mí. Es en mi pueblo. Arriba. Hay Ne... niebla y mucha gente está empezando a enfermar de algo extraño.
   -¿Algo extraño? -La miró como sí empezara a dudar de ella.
   -Sí, bueno, creo que es pulmonía.- Se obligó a mentir. El médico ya lo vería por sí mismo.- Es grave, doctor, por favor. Hemos de darnos prisa.
    
   Subieron por el camino del pueblo en el utilitario del doctor, equipado con cadenas. El asfalto estaba en muy malas condiciones y así el coche tenía grandes dificultades para subir las cuestas heladas.
   Al final de una cuesta Nieves pudo ver que la Niebla se había disipado. No supo el porqué, pero aquello la alarmó en gran medida.
   -Dése prisa.- Instigó al médico.
   Pasaron por la zona de los establos de las vacas y los pocos caballos. El de Nieves se había quedado en el pueblo del valle, esperando a su posterior regreso. Entonces tomaron otra curva cerrada y al pasarla el médico paró su coche con un chirrido. Los ojos de Nieves parecieron querer salir de sus órbitas cuando pudo comprobar que el pueblo entero había desaparecido.
   Salió fuera del coche y corrió por donde antes habían estado las casa del pueblo. Nada. No había nada. No había nadie. Entonces comprendió en un destelló de terror supremo.
   La Niebla había desaparecido, sí, se había elevado en el cielo. Y se había llevado al pueblo con Ella. Ahora el pueblo entero, casas y gentes, formaban parte de la Niebla. Viajaría por los cielos hasta, quizá, algún día volver a posarse en un sitio recóndito del mundo.