EL RELATO DE LA SEMANA
LA NIEBLA
Cuando Nieves despertó y miró a través de la
ventana que daba al pequeño bosquecillo de abetos, pudo ver que el pueblo
entero se hallaba cubierto por una ligera neblina.
Los contornos de las cosas sólo se disolvían
un poquito, y se tenía que mirar a bastantes metros de distancia para empezar a
ver las cosas un tanto borrosas.
Aquello solía suceder bastante a menudo en
aquella zona de alta montaña, donde las casas de madera del pequeño pueblecito
estaban convenientemente impermeabilizadas y así protegidas contra
eventualidades como aquélla. Lo cierto era que aquel lugar siempre se
encontraba húmedo, a veces incluso en pleno verano. Y no sólo la niebla venía a
hacer más difícil y más fría la vida de aquel paraje. La lluvia no dejaba de
aparecer y la nieve era tan frecuente como podía serlo la sequedad absoluta en
un tórrido y arenoso desierto.
Nieves se levantó de la gran cama con el
sueño aún nublándole los ojos. Había pasado una noche inundada por el frío, a
pesar de las numerosas mantas y sábanas con las que se envolvía en la cama. Se
dirigió hacia la mesita donde estaba la palangana con el agua y el espejo en la
pared. Miró el reflejo de su hermoso rostro soñoliento y después se lavó la
cara con el agua de la palangana. ¡Qué fría estaba!, pensó, pero también era la
mejor manera de espabilarse de golpe. Tenía que darse prisa e ir a buscar la
leche fresca para el desayuno.
Se quitó el pijama y se cambió de ropa
interior rápidamente, movida por el frío que la obligaba a vestirse cuando
antes. Se cubrió con el más grueso de sus jerseys y se colocó su anorak
favorito.
En la calle hacía un frío de mil demonios,
aquel frío que siempre traían consigo las primeras luces de la mañana. Además
estaba la niebla. Esperaba que al medio día se hubiese levantado, como siempre
ocurría, pero hasta entonces se encargaría de envolverla con su fría humedad,
que parecía traspasar cualquier tipo de prenda que llevase para protegerse.
Debía bajar al pequeño valle donde estaban
los establos de las vacas en los que compraba la leche. Aquélla era la vida del
pequeño pueblo. Las vacas lecheras. En aquella zona más baja el clima era más
soportable para el ganado vacuno, a parte de que existiese abundante hierba
verde y fresca.
Casi al final del pueblo estaba la casa de
Lorenzo. En la puerta le esperaba el muchacho como cada mañana, desde que ella
había relevado a su madre en aquella función. El muchacho llevaba dos
recipientes para la leche. Tenía tres hermanos además de él. Necesitaban mayor
cantidad que en la casa de Nieves, que sólo portaba un recipiente. Ella estaba
sola, no tenía hermanos, sólo estaban sus padres y ella, y aunque esto le había
hecho sentirse desgraciada cuando era más pequeña, ahora no le importaba en
absoluto.
-Hola, Nieves -fue el saludo del muchacho.
-Hola, Loren -respondió.
-Hoy tenemos otra vez niebla. -Miró a la
bella joven de quince años mientras se ponían en camino.- Es un fastidio.
-Sí -respondió con voz ausente, mientras
miraba las formas ligeramente fundidas en lo blanco a su alrededor. -Sin
embargo es misteriosa. De alguna forma encierra una belleza sobrenatural.
Loren no dijo nada. Sabía que su amiga era
melancólicamente romántica. Apreciaba una belleza especial en la naturaleza que
él no llegaba a comprender. Bajaron por el húmedo sendero. La nieve se estaba
derritiendo, pero aquel día las pocas plantas que crecían a aquella altura se
encontraban heladas, blancas como los blancos fantasmas de los que habían
estado vivos. El invierno se adentraba en la montaña, al igual que lo había
hecho la niebla en aquella fría mañana.
Los mugidos de las vacas y el olor a
estiércol llenaban el aire helado en el interior de los establos. Nieves y
Loren se dirigieron al señor Eusebio que ya estaba ordeñando. Aún sus padres no
se habían levantado de la cama, lo harían más avanzado el día, cuando ellos
volvieran con la leche para desayunar.
Ver ordeñar a las vacas era casi un rito
mágico para Nieves. Era algo que adoraba, pues adoraba la leche. En unos
minutos el señor Eusebio extrajo el sabroso jugo, rebosante de nata, espeso y
aromático. Nieves se relamía de gusto al pensar en el tazón caliente de leche
que se tomaría después. Recogió el cántaro lleno de leche y esperó mientras el
señor Eusebio llenaba el de Lorenzo.
-Ya están llenos -Anunció el señor Eusebio
con una sonrisa. Pagaron y cargaron con sus fardos dirigiéndose hacia la puerta
del establo.
Afuera la niebla se había espesado, sólo un
poco, pero de forma apreciable. La humedad llenaba el ambiente hasta hacerse
molesta.
-Creo que hoy va a ser un día frío y
desagradable. Quizá no podamos salir esta tarde a pasear por el bosque.
-Saldremos -dijo Nieves.- Si persiste la niebla
eso lo hará más emocionante. El bosque parecerá cargado de magia.
-Magia blanca -dijo Loren sonriendo.- Y
húmeda. Bueno, si el día sigue así y deseas salir yo iré contigo. Espero que me
llames si así lo decides.- Loren no quería dejar pasar ninguna oportunidad de
estar con la muchacha. Iría con ella aunque la incomodidad húmeda de la niebla
estuviese en el ambiente.
A la hora de comer, Nieves tomó un vaso de
café con leche bien caliente. El frío seguía arreciando, colándose por las
rendijas de puertas y ventanas, convirtiendo aquel día de invierno en uno de
los más duros de aquel año.
Las casas estaban hechas sobre una base de
piedra, recubiertas luego por paneles de madera, por fuera y por dentro, de
forma que la impermeabilidad y la protección contra el frío eran muy buenas. No
obstante Nieves se sorprendió al comprobar que su jersey estaba húmedo. Después
de acabarse el reconfortante café subió a su habitación y puso música en un
pequeño cassette. Se tumbó sobre la cama para escuchar la música, pero antes
conectó el pequeño brasero eléctrico que tenía para los días especialmente
fríos. Normalmente utilizaban la chimenea del salón para calentarse, y así lo
habían hecho también aquel día, pero difícilmente el fuego de la chimenea podía
calentar una habitación del piso de arriba. Ya más reconfortada por el calor
del aparato que colocó junto a ella se dedicó a deleitarse con la música. Era
sábado, y hacia dos días que estaba allí, como todos los años por esas fechas,
justo antes de navidad, ya que sus padres tenían vacaciones de invierno. No era
normal, no demasiado al menos, que las nieblas de la mañana durasen más allá
del mediodía. "Ésta es una niebla de mañana, sólo que ha traspasado su
límite natural y aún dura y se espesa por la tarde. Es la Niebla, simplemente
eso". A Nieves le gustaba concebir ideas extrañas, poéticas incluso, le
gustaba ver la realidad a su manera particular. Al rato se levantó y avanzó
hasta la ventana. Afuera la Niebla se había espesado. Permanecía quieta, densa,
como si esperara algo, casi se podía notar su gélido y acuoso contacto. Nieves
pudo sentir un fuerte escalofrío y cruzó los brazos sobre su pecho en un gesto
de protección.
-¿Está Loren? -Tenía frente a ella a la
madre de Loren, que le había abierto la puerta. Antes de que la mujer pudiera
contestar se oyó una voz en el interior de la casa: "¡Ahora salgo, Nieves,
espera un minuto!".
-¿Pensabais salir con este frío?. -Le dijo
la madre de Loren.
-Me gusta pasear entre la Niebla. -Respondió
Nieves entusiasmada.- Iremos muy bien abrigados, no se preocupe.
La madre de Loren no replicó. Conocía
bastante bien las raras ideas que se metían en la bonita cabeza de Nieves.
Cuando llegaron al bosquecillo que descendía
por la montaña al otro lado del pueblo la Niebla se había espesado aún más. El
frío también había aumentado de manera considerable. La Niebla, de una blancura
infinita y casi cegadora, permanecía estancada, quieta, descendiendo sobre la
montaña sobre la que se levantaba el pueblo, agarrándose allí a los árboles que
se erguían como columnas hacia el cielo que dominaba la Niebla. Ahora no
existía nada más allá. El límite del mundo por todos lados era Ella, era el
blanquecino horizonte que les rodeaba.
-Estás loca -dijo loren en un tono que no
quería ser demasiado ofensivo. Contemplaba fascinado cómo la niebla se iba
cerrando a su alrededor. Nieves le sonrió y le puso una mano en el hombro.
-Pero es bella, ¿verdad? ¿No te parece que
la Niebla hace que los paisajes cambien hasta un punto en que ya no podemos
reconocerlos?. Se convierten en algo realmente fascinante. Como si se tratara
de otro mundo. La Niebla transporta con ella su propio mundo.
A Loren le gustó bastante el gesto de Nieves
de agarrar su hombro. Decidió que si quería conquistar a la muchacha debía
seguirle el juego, pero hacía tanto frío...
-Puede que tengas razón -dijo Loren mientras
bajaban despacio pisando sobre el húmedo suelo que ya empezaba a helarse- Pero
es demasiado fría. Si nos perdiésemos podríamos morir congelados. Creo que es
mejor contemplarla desde la ventana de casa, bien caliente y a gusto.
Nieves no contestó enseguida, miraba hacia
todas partes, veía cómo la Niebla se cerraba cada vez más. Ya sólo se podía ver
bien a unos diez metros de distancia. A Nieves la fascinaba particularmente los
inciertos bultos oscuros que eran los árboles detrás de la Niebla.
-Pero su magia está aquí... está dentro de
ella, está en el contacto directo con ella. -Nieves se detuvo una vez más
fascinada por la blancura infinita. De súbito la Niebla pareció cernirse sobre
ellos y el paisaje quedó completamente cerrado a su vista. Ahora sólo existía
el blanco húmedo y esponjoso de la Niebla.
-Regresemos. -Loren se había visto embargado
por un súbito sentimiento de terror. -Si avanzamos más podríamos perdernos y la
humedad y el frío son cada vez mayores.
Nieves asintió aunque aún poseía aquella mirada
impregnada de fascinación.
Iniciaron lo que trataba de ser un rápido
regreso ascendiendo por la ladera del monte. Delante de ellos jirones de Niebla
se movían lentamente hacia varias direcciones movidos por un viento que a los
chicos les parecía imperceptible. Los jirones parecían estar interpretando para
ellos una mágica danza de la naturaleza, parecían seguirles y pasar de un lado
a otro por delante de sus ojos.
- Es como si estuviera viva... -Nieves habló
en un tenso susurro. Aunque al principio Loren no la había entendido bien,
enseguida se dio cuenta de lo que había dicho Nieves, el también lo sentía así.
Entonces se percataron de que ya debían de haber llegado al pueblo. Realmente
se habían alejado muy poco.
-Hemos avanzado hacia arriba pero no en la
dirección correcta. -Susurró Loren.- No lo entiendo, siempre había creído
conocer bastante bien la zona, lo suficiente como para haber llegado al pueblo
con los ojos cerrados.
Ahora la Niebla era más espesa que nunca. Y
el frío empezaba a embotar sus músculos. Sintió cómo el miedo se metía en su
organismo en forma de humedad.
-Ha sido Ella -Susurró Nieves con una voz
que empezaba a temblar a causa del frío-. Ella... la Niebla... Sí, Ella hizo
que nos perdiéramos.
Y Loren comprendió que Nieves tenía razón.
De alguna forma aquella Niebla se las había arreglado para desorientarles, no
de la forma natural en que la niebla desorienta, aquello había sido diferente,
como un acto deliberado. Entonces sintió que su miedo estaba fabricado de
humedad, la humedad era el miedo y el miedo era humedad, y ambas empezaban a
colarse dentro de su cuerpo, traspasando la piel y llegando a inundar las
entrañas, los huesos, todo.
-¡Si no encontramos enseguida el camino
hacia el pueblo moriremos congelados!- Gritó Nieves. Su fascinación por la Niebla
se había acrecentado hasta transformarse en terror.
Los dos jóvenes se vieron arrastrándose por
el terreno, tirando el uno del otro, dándose toda la prisa que podían mientras
el frío y la blanca oscuridad se cerraban cada vez más a su alrededor. La Niebla
parecía intentar aplastarles metiéndose en sus ropas y en sus cuerpos, como si
quisiera alimentarlos con su propia esencia. Ahora estaban empapados, casi
helados. El tiempo se acababa y el segundero del frío y la humedad corría cada
vez más aprisa.
-¡Dios mío, ya deberíamos haber llegado!
-Loren se dio cuenta de lo cansado que estaba, de lo embotados que estaban sus
músculos, se apercibió que su mente perdía claridad mientras observaba la
claridad que le circundaba, que ahora era el universo entero. Sintió que sería
mejor sentarse a descansar, echarse a dormir, dormir el sueño frío...
-¡Loren, maldita sea, sigue caminando! -A
Nieves apenas le quedaban fuerzas. Ya no veía nada excepto lo blanco. Intentaba
tirar de Loren subiendo una empinada y resbaladiza cuesta que parecía un lugar
completamente desconocido. Entonces los dos resbalaron chocando contra el
tronco de un árbol, que sólo era una sombra insinuándose entre la Niebla.
Nieves intentó levantarse, pero se dio cuenta de que era demasiado tarde. El
proceso de congelación estaba comenzando, ya nada lo pararía.
-Se acabó, Nieves. Quiero que sepas.. yo te
quiero... yo...
Ambos se abrazaron para morir unidos, pero
había un abrazo que les abarcaba a ambos, el abrazo de la Niebla, el abrazo que
se los llevaría a la eternidad.
-¡Loren, Nieves! -El grito venía de cerca.
Ambos levantaron la cabeza.
-¡Es tu hermano Arturo! -Nieves trató de
incorporarse sintiendo que renacía su esperanza. Loren apenas reaccionó.
-¡Estamos aquí, aquí!
-¡Ya voy, ahora mismo voy!
Nieves observó cómo le tendían una mano
desde la nada. Al momento tomó la mano y pudo observar el resto de la silueta
de uno de los hermanos pequeños de Loren.
-¡Ayúdame, Arturo, tu hermano se está
congelando!
Entre los dos y con grandes dificultades
consiguieron levantar a Loren, que parecía desconectado del resto del universo.
Subieron trabajosamente la pendiente, y entonces Nieves se dio cuenta de que
estaban casi al lado de las primeras casas del pueblo, donde el terreno
empezaba a descender. "Hubiéramos muerto a las puertas de la
salvación". Pensó Nieves con un estremecimiento. Ahora que estaba otra vez
en movimiento volvía a sentir la sangre corriendo veloz por sus venas, podía
sentir cómo su cuerpo recuperaba parte del calor perdido. Pero el aspecto de
Loren era mucho más preocupante. Vio que estaba blanco, mucho más pálido de lo
que ella había visto en una persona viva. Su piel estaba helada como un
témpano.
-Loren, ya llegamos a casa. Enseguida
estarás bien. -Arturo intentaba animarle. Había sido muy trabajoso arrastrarle
hasta allí, incluso con la ayuda de Nieves, ahora el también notaba cómo su
cuerpo empezaba a enfriarse demasiado. Era algo que nunca le había pasado
antes, ni siquiera en los días más duros del invierno. Las ropas que llevaban
los tres eran casi completamente aislantes. Pero el frío y la humedad se
colaban a través de ellas. El agarrotamiento ya estaba acabando con su
resistencia.
-La tengo... dentro. -Loren susurró estas
palabras desde unos labios amoratados de un color brillante chillón en
comparación con la palidez de su rostro.
-¿Qué? ¿Qué di...? ¡Oh, mira, Arturo, ahí
sale vuestra madre!
Ya era de noche y Nieves estaba acurrucada
en el sofá. Llevaba puesta una gruesa bata y se cubría con varias mantas. Había
tomado un baño caliente y se encontraba mejor. Sin abandonar esas mantas se
dirigió hacia una ventana y observó el exterior. La Niebla seguía allí,
acompañaba a la noche, creaba halos ominosos alrededor de las farolas del
pueblo. Seguía allí, llenando todo el espacio, no quería marcharse.
-¿Por qué siempre se te ocurren esas ideas
absurdas? ¡Salir al bosque con la niebla y el frío que hace!.
-¿Qué? -Nieves se volvió.- ¡Oh!, sí mamá,
tienes razón. Fue una idea estúpida.
-Podrías haber cogido una pulmonía. Y quizá
tu amigo Loren ya la haya cogido.
-Lo sé, todo ha sido culpa mía... Voy a
acostarme.
Pasó frío en la cama. Soñó con el blanco
envolvente de la Niebla, se arrebujó en sueños entre las sábanas, pero el frío
seguía permanentemente con ella.
Loren susurraba en su sueño. Temblaba y
estaba blanco y frío. Su madre había tratado de abrigarle lo máximo posible,
pero el frío no le había abandonado. En sus sueños corría entre la Niebla,
corría desnudo exultante de júbilo. Ya no tenía frío, no lo tendría nunca.
Nieves despertó envuelta en sudor. Todo
estaba inundado por el sudor, todo estaba casi encharcado. No, ahora se dio
cuenta, no era sudor, era la humedad, la humedad que se estaba colando dentro
de su casa. Se levantó y fue hacia la ventana. La blancura hiriente del
exterior le demostró que nada había cambiado. Ella seguía en el pueblo. Seguía
allí en la mañana del domingo.
Cuando bajó al salón se dio cuenta de que la
humedad había inundado las paredes, toda la casa. El agua parecía a punto de
rezumar de los paneles de madera con los que estaban recubiertos los muros.
Trato de encender la chimenea pero los troncos estaban muy mojados.
-Ya lo intenté antes. -Nieves se volvió y
pudo ver a su madre cubierta de mantas.- Será mejor que hoy no vayas a por la
leche, el tiempo es demasiado malo. -A Nieves le pareció que su madre temblaba
demasiado, que estaba demasiado pálida.
-No pensaba ir, mamá. Habrá que esperar a
que se disipe la Niebla.
Estuvo toda la mañana en casa, sólo al
mediodía pensó que el invisible sol, allá en lo alto, había logrado calentar el
ambiente lo suficiente para poder ir a ver a Loren.
Esperó en la puerta sintiendo cómo la
humedad trataba de profanar su cuerpo. Al fin la puerta se abrió. La madre de
Loren la miró un momento con el ceño fruncido, pero al fin dijo:
-Pasa, Nieves. Loren ha estado murmurando
toda la mañana que quería verte.
El muchacho se encontraba en la cama, en su
habitación, tapado por tantas mantas que parecía encontrarse debajo de una
montaña de algodón y lana.
Cuando Nieves y la madre de Loren, entraron
en la habitación, el muchacho murmuraba algo con insistencia. "Quiero
ir... con Ella. Quiero verla otra vez. Quiero... quiero ir, ir... Ella".
Nieves se acercó a la cama donde yacía su
amigo y le acarició suavemente la cara. Se estremeció al sentir el hielo que
era su piel.
-Ya estoy aquí, Loren, he venido a verte.
-¡Nieves! -El muchacho intentó
incorporarse.- Nieves, tienes que decírselo. Tienen que dejarme ir con Ella,
quiero... ir con Ella.
Nieves levantó la mirada del lecho y se
encontró con la de la madre de Loren, ninguna de las dos entendía nada.
La casa de Nieves estaba cada vez más húmeda
y su madre estaba aún más pálida. Su padre le había dicho que muchas otras
personas empezaban a tener aquellos síntomas que parecían ser algo más que una
simple pulmonía.
Por la tarde volvió a verle. Se sorprendió
porque esta vez Loren la esperaba levantado.
-¡Hola, Nieves! -se levantó del sofá en el
que su madre le obligaba a reposar envuelto en mantas y su tono fue casi
jovial.
-Loren, me alegro de que te encuentres
mejor.- Sin embargo el corazón hizo varias piruetas en su interior. Loren
seguía estando blanquecino, igual que al mediodía.
-Sí, estoy mucho mejor, muchísimo. Ya no
tengo frío, ¿sabes? -Se acercó a ella y le dio un beso en la cara. Su mejilla
estaba helada.- En realidad te esperaba. Hoy sí que me apetece pasear entre la Niebla.
¿Te vienes? -Y antes de que nadie pudiera hacer nada Loren se había quitado las
mantas de encima y corría hacia la puerta de entrada.- Ella me llama. Quiero
formar parte de ella. -Dijo mientras habría la puerta y se perdía en el húmedo
exterior.
-¡Dios mío! -gritaron a la vez Nieves y toda
la familia de Loren. Nieves y Arturo corrieron en pos del muchacho y también se
perdieron en la blancura exterior.
-No se ve nada, Arturo.
-Y empiezo a agarrotarme de frío. Creo que
voy a volver.
-¡No! -Su voz sonó irritada.- Si no le
cogemos morirá.
-Lo sé, pero no sé a dónde puede haber ido.
No se ve nada. Nunca lo encontraremos.
Nieves había comenzado a pensar que quizá
sería así cuando oyeron unos gritos de júbilo que venían de no muy lejos.
-¡Ahora soy parte de Ti, ahora llevo tu
esencia dentro, te tengo dentro!
Nieves y Arturo reconocieron la voz de Loren
y corrieron en esa dirección. En unos segundos le habían encontrado y Nieves no
supo que pensar cuando vio que su amigo se estaba desnudando mientras gritaba
al aire.
-Hace un día estupendo -Les miró pero fue
como si su presencia no contara. Arturo y Nieves lo agarraron por los brazos y
comenzaron a tirar de él hacia la casa. No opuso resistencia, pero seguía
gritando y tenía los ojos desorbitados. Nieves pudo notar el tacto gélido de su
piel, pero notó algo más. La carne de Loren parecía reblandecida, era demasiado
porosa y se contraía ante la presión de sus dedos. Sí, en verdad parecía eso,
parecía una esponja llena de humedad, llena de la esencia de la Niebla.
Por la noche incluso las paredes de la casa
de Nieves estaban volviéndose esponjosas y blancas. El número de casos
afectados por la rara enfermedad había aumentado mucho. Su madre seguía peor y
ya se había acostado. Su padre empezaba a experimentar los primeros temblores.
La Niebla seguía descansando sobre el pueblo. Y no sólo eso, empezaba a
llenarlo, empezaba a estar en todas partes.
Cuando Nieves se acostó le pareció que lo
hacía sumergida en unas aguas del Polo Norte.
Cuando abrió los ojos vio que la Niebla se
había colado dentro de la casa. Se asustó mucho y se vistió con rapidez; bajó a
la cocina para prepararse un café con leche bien caliente, con la leche que aún
le sobraba. Oyó cómo la puerta de la calle se abría y se cerraba. Cuando fue al
recibidor pudo ver a su madre que volvía de la calle. Iba sólo con el camisón
de noche.
-Hace un magnífico día fuera. -Dijo
sonriendo con sus pálidos labios. Nieves sintió cómo algún resorte saltaba
dentro de ella y subió a la habitación, se abrigó lo mejor que pudo antes de
salir a la calle.
"Duerme profundamente". Le informó
la madre de Loren con un susurro casi histérico. "Pero quiero que veas algo".
Fueron a la habitación del muchacho y Nieves se encontró con lo que parecía un
cadáver en su lecho de muerte. Su madre le sacó un brazo de entre las sábanas
pero Loren siguió durmiendo en lo que parecía un sueño plácido.
-Y ahora mira.- Nieves pudo ver cómo
apretaba aquel brazo y vio cómo éste se comprimía de forma antinatural y de él
surgían gotas de agua.
-Voy a bajar al pueblo del valle para buscar
al médico. Al fin y al cabo yo fui quien hizo que enfermara obligándole a
pasear entre la Niebla. -Sabía que aquello no era del todo cierto, pues había
muchos otros en el pueblo enfermos de lo mismo que ni siquiera habían pisado la
calle, como su madre.
-Será muy peligroso. Debería ir tu padre.
-No. -Nieves se fijó en las paredes que
estaban húmedas y chorreaban.- De alguna forma me siento responsable de esto.
Lo haré yo. -Y sin decir nada más cruzó el salón, abrió la puerta de la calle y
se perdió en la nada blanca.
Pensaba coger el caballo que tenía su padre
en el establo. Los coches no eran útiles a esa altura, sólo se usaban para el
viaje de ida y vuelta, ya que era necesario el uso de cadenas. Era un percherón
robusto, no muy rápido pero capaz de atravesar toda clase de terrenos en las
peores condiciones.
Entró en el establo hasta el lugar donde se
hallaba el caballo de su padre.
-Hola, Viento- le susurró al animal
acariciándole el morro.
El establo estaba al lado de la lechería, un
establo compartido, donde la gente de ciudad que tenía casa allí dejaba a los animales al cuidado del señor Eusebio.
Pudo ver que allí la humedad no había afectado para nada. La concentración de
la Niebla era mucho menor en aquel terreno más bajo. La Niebla parecía
"enganchada" a la cima de la montaña.
Cuando hubo cabalgado menos de un kilómetro
se dio cuenta de que la Niebla se acababa allí de una forma brusca. Entonces
pudo ver el sol de la mañana, que acababa de salir de detrás de una montaña en
el horizonte. Por fin empezó a sentir que la humedad se evaporaba de su cuerpo
y comenzaba a entrar en calor.
En el pueblo el doctor no estaba en ese
momento. Se encontraba atendiendo a un enfermo y tardaría en volver. La
asistenta del doctor la dejó que esperara en su casa. El médico tenía
televisión. Arriba, en la montaña, nadie se había molestado en comprar ninguna.
Ni siquiera habían construido antenas en las casas. La distracción de los
programas logró mitigar en algo su nerviosismo.
A las once de la mañana llegó el doctor.
-Esta niña le ha estado esperando.- Le
informó la asistenta.
-¿Si?¿Y que te pasa?
-No es a mí. Es en mi pueblo. Arriba. Hay
Ne... niebla y mucha gente está empezando a enfermar de algo extraño.
-¿Algo extraño? -La miró como sí empezara a
dudar de ella.
-Sí, bueno, creo que es pulmonía.- Se obligó
a mentir. El médico ya lo vería por sí mismo.- Es grave, doctor, por favor.
Hemos de darnos prisa.
Subieron por el camino del pueblo en el
utilitario del doctor, equipado con cadenas. El asfalto estaba en muy malas
condiciones y así el coche tenía grandes dificultades para subir las cuestas
heladas.
Al final de una cuesta Nieves pudo ver que
la Niebla se había disipado. No supo el porqué, pero aquello la alarmó en gran
medida.
-Dése prisa.- Instigó al médico.
Pasaron por la zona de los establos de las
vacas y los pocos caballos. El de Nieves se había quedado en el pueblo del
valle, esperando a su posterior regreso. Entonces tomaron otra curva cerrada y
al pasarla el médico paró su coche con un chirrido. Los ojos de Nieves
parecieron querer salir de sus órbitas cuando pudo comprobar que el pueblo
entero había desaparecido.
Salió fuera del coche y corrió por donde
antes habían estado las casa del pueblo. Nada. No había nada. No había nadie.
Entonces comprendió en un destelló de terror supremo.
La Niebla había desaparecido, sí, se había
elevado en el cielo. Y se había llevado al pueblo con Ella. Ahora el pueblo
entero, casas y gentes, formaban parte de la Niebla. Viajaría por los cielos
hasta, quizá, algún día volver a posarse en un sitio recóndito del mundo.