EL RELATO DE LA SEMANA
LOS REYES VERDADEROS
Hacía ya tiempo que yo
había dejado de creer en los Reyes Magos. En la época en la que la infancia
sale de su etapa mágica, en la que los niños tienen una mente abierta, capaz de
admitirlo todo, de creer lo más absurdo, entonces y sólo entonces fue cuando
algunas malas lenguas me empezaron a insinuar que los reyes eran los padres. Y
eso quería decir que sólo en el caso de la familia real los padres serían
también Reyes, aunque dos de distinto sexo y no tres y barbudos, siendo negro
uno de ellos. Esas malas lenguas insinuaban preguntas que creaban la polémica,
que llevaban a la duda. Preguntaban que cómo era posible que los Reyes de
oriente pudiesen entrar en algunas casas que estaban cerradas. Estaba claro que
lo de que volaban ya se daba por hecho y sólo me quedaba añadir que debían
poseer una llave mágica capaz de abrir las puertas incluso sin cerradura, como
solían ser las de terrazas por donde ellos, yo lo sabía bien, acostumbraban a
entrar. Otra pregunta capciosa consistía en la explicación que solía dársele a
esa habilidad de los tres Magos de atender a todos los niños en una sola noche.
Eso, para mi gusto, era algo muy fácil de responder. Nadie decía que los Reyes
lo hicieran todo. Para eso tenían a los pajes, que se distribuían por todo el
mundo llevando los encargos que procedían de Sus Majestades. Luego se ahondaba
en otro tema que acrecentaba la polémica entre los niños. Eso que se decía de
que no se podía ver a los Reyes. ¿No sería eso una treta de los padres para que
así no les descubriéramos desempeñando en la Noche de Reyes el papel de los
tres Magos? Era imposible ya inventar contestaciones convincentes a tal
avalancha de preguntas. En esa época la imaginación de los niños se empieza a
apagar y al final se cae en la misma incredulidad de siempre. Los padres
confiesan y al final todos los niños empiezan a presumir de que saben que los
Reyes Magos no existen. Quizá desde ese momento empezamos a perder la verdadera
ilusión. La magia. Empezamos a convertirnos poco a poco en odiosos adultos
faltos de imaginación y con la mente cerrada a cal y canto. Muchas veces,
llegados a adultos, intentamos recordar los lejanos días de nuestra infancia y
comprobamos que aparecen aún más lejanos, dado que sesos recuerdos se encuentran
enterrados bajo muchas capas de materia gris. Nos olvidamos, sí, aunque no lo
queramos nos olvidamos de como era nuestra infancia. No tanto ya de los hechos
puntuales, que ya de por sí se recuerdan muy desvaídos, sino que lo que más
perdemos son los sentimientos infantiles. Nuestros mecanismos mentales cuando
éramos niños. Nuestra lógica. Esa lógica inocente y quizá mucho más real de lo
que nosotros creemos, después de poner en marcha nuestros adulterados procesos
elucubrantes. Cuando somos niños creemos. Simplemente eso, creemos, luego
dejamos de creer y eso es el principio de nuestra perdición. No obstante mi
caso es diferente, yo los he visto, les vi hace tiempo, cuando aún era un
adolescente, cuando todavía mi mente contenía retazos de esa lógica infantil,
cuando aún la magia no se había desvanecido por completo. ¿Desean oír mi
historia? ¿Desean conocer detalles y pormenores? Muy bien, pónganse cómodos,
desinhiban su mente de todo tipo de prejuicios racionalistas. ¿Ya están
preparados? Adelante pues:
Fue la Noche de Reyes, hace varios inviernos. El día había
transcurrido entre celebraciones familiares y juegos con mis amistades. Había
estado nevando desde hacía varios días. Nunca nieva demasiado aquí, lo que le
daba a aquellos días un ambiente mágico, deambulando siempre sobre la lisa capa
de la blanquísima nieve que se había ido posando lentamente aquellos días.
Todos estuvimos en la calle con nuestros anoraks, con nuestros guantes
impermeables, con nuestras altas botas de goma. Coloradotes ante el rigor del
frío. Estremecidos por la humedad y la baja temperatura. Aún más cuando
estábamos en contacto con la nieve. Todo ese día pasó pues en una cadena
interminable de juegos con la nieve y en la nieve. En estos juegos las batallas
con bolas hechas mediante la unión de los blancos y húmedos copos fueron los
más abundantes, además de los más desagradables (para aquellos que recibían los
helados y duros impactos) pero al fin, como en cualquier otro día, las luces se
fueron diluyendo, la nieve perdió su brillo y silenciosamente la noche fue
cayendo.
Ya hacía tiempo que no creía en los Reyes, como antes ya
mencioné, pero aún quedaba algo de ilusión para esa noche. Los regalos me los
compraban al principio de la navidad, para que yo tuviera más tiempo de
disfrutar de ellos, pero aún quedaba la tradición de hacer un último regalo en
esa noche. Un regalo sorpresa. Eso mantenía aún el encanto. Por eso me dormí
soñando con lo que podía encontrarme, en el salón de mi casa, al lado de la
puerta de cristal que da al balcón, a la mañana siguiente.
De pronto desperté sobresaltado. Levanté ligeramente la persiana
con el tirador que yo podía alcanzar sin tener que incorporarme. Subí un poco
la persiana hasta que pude constatar que aún era noche cerrada. Acto seguido
miré el reloj y bajé nuevamente la persiana hasta abajo. Las tres de la
madrugada. ¿Por qué me había despertado a esa hora? Nunca me despertaba a esa
hora. Quizá había sido por el ruido, que ahora oía, de la nieve derritiéndose
al chocar con el alfeizar de mi ventana, al golpear en la persiana de plástico.
Sí, los sonidos eran lo suficientemente fuertes como para poder haberme
despertado, sin embargo... Sí, hacía varios días que había estado nevando. En
las noches anteriores algunos retazos de nieve se habían derretido y chocado
igualmente contra mi persiana, debiendo provocar también un considerable ruido.
Sin embargo las otras noches no me había despertado y esa noche sí. Me
incorporé nuevamente y permanecía sentado en la cama, con la mitad del cuerpo
para abajo tapado con las sábanas y las mantas, y con la otra mitad protegida
del frío sólo con mi pijama. Permanecía así unos minutos, con los ojos abiertos
inspeccionando la habitación en la oscuridad. No se apreciaba el movimiento de
sombra alguna. Agucé los oídos. Permanecía aún varios minutos más así y nada
llegó hasta mis tímpanos. Debía haber sido una pesadilla. Me volvía a recostar
y a taparme de nuevo. Me dormiría y a la mañana siguiente me levantaría
temprano para ver mi regalo. Cerré los ojos. Sin embargo... No podía apartar de
mi mente un extraño pensamiento. Era como si algo extraño ocurriese aunque yo
no podía percibirlo. ¡Sí! Quizá mis padres se habían levantado en ese momento
para colocar mi regalo. Por eso me había despertado. Decidí levantarme e ir a mirar.
Si les pillaba en el salón, a punto de colocar mi regalo de la Noche de Reyes,
les daría un buen susto. Ya levantado abrí silenciosamente la puerta de mi
habitación. Salí al pasillo. A unos dos metros a mi izquierda estaba la puerta
de la habitación de mis padres. Al fondo la puerta que daba al salón. Andé
tanteando las paredes y cuando llegué a la altura de la habitación de mis
padres me di cuenta de que la puerta estaba entreabierta. Así que yo estaba en
lo cierto. Se habían levantado justo en ese momento. Según avanzaba por el
pasillo me daba cuenta de que mis sospechas eran reales. A través de la puerta
que daba al salón, y que era mayormente de cristal, pude distinguir unas
sombras que se movían sigilosas. Habíamos dejado levantada la persiana de la
puerta de la terraza, y el salón estaba iluminado tenuemente por la luz que
entraba de la calle.
Al pararme justo detrás de la puerta también puede oír leves
murmullos. Sí, estaban allí. Les había pillado. Les iba a dar un susto de
muerte.
Abrí la puerta de golpe dispuesto a dar un grito, pero lo que de
verdad hice fue quedarme petrificado y sin habla. Lo que había delante de mí no
eran mis padres. Eran tres siluetas que en un corro discutían en voz baja entre
ellos.
Una de las tres figuras se dio cuenta de mi presencia y se
volvió hacia mí.
-¡Oh! ¡Nos ha
descubierto!- Dijo susurrando.
Otro de los personajes
también se volvió y en la difusa luz pude advertir un gesto de enfado en su
rostro.
-¿Por qué has tenido
que descubrirnos? ¿No tenías otra cosa que hacer?- Su voz sonaba como la de un
anciano venerable, pero visiblemente irritada.
Yo, no sabiendo que hacer o decir, me quedé en el hueco de la
puerta, sin entrar en el salón o salir chillando de miedo hacia la habitación
de mis padres. El tercer personaje apenas se podía ver en la oscuridad. Era
algo extraño. Era como si fuera, como si fuera...
-¡Negro!, dile a ese
chico que entre ya o que se vaya a dormir. Ya que nos ha visto poco importa.-
Era el viejo quien hablaba.
-Enseguida, chico. Oye
tu, jovensito, entra pa ca o vete tú a dormir.- No lo podía creer, hablaba
exactamente igual, igualito a... Tenía el acento como aquello de
"¡Señorita Escarlata, Señorita Escarlata!" Se acercó hasta mí, me
cogió del brazo y me introdujo del todo en el salón. Cerró la puerta del
pasillo dando un portazo.
-¡Vas a despertar a mis
padres!- Al fin pude hablar.
-Imposible, chico, tus
padres están dormidos y requetebién dormidos.
-Es un hechizo.- El
primer personaje se acercó hasta mí. Era más joven y su voz era dulce, melodiosa
y amable. El viejo se alejó hacia el otro extremo de la habitación y encendió
la luz.
-¡Pero mis padres!
-¡Ya te hemos dicho que
están dormidos, reconcholis!- El viejo volvía mirándome con furia.
Ahora podía verlos,
verlos a los tres. Eran... o parecían ser... sí, ¡los Reyes Magos! Vestían
mantos reales, botas de tacón alto y camisas llenas de joyas. El más viejo
tenía la barba blanca, los ojos negros y brillantes, los pómulos coloradotes y
en su cabeza lucía una corona de oro rodeada de piedras rojas, que ahora
refulgían a la luz de la lámpara del salón. El otro, el joven, tenía la barba
pelirroja, y el pelo, claro está, y los ojos azules. Tenía un aspecto
simpático, amable. Una sonrisilla ancha y franca. Llevaba en la cabeza una
corona de plata rodeada de joyas verdes, que también refulgían dando todo tipo
de destellos. El negro... bueno, era negro. Tenía los ojos oscuros, la nariz
aplastada y ancha, los labios gruesos y los dientes, en comparación con su
piel, blanquísimos. Su rostro, por lo demás, era regordete y bonachón. En su
cabeza lucía una corona de.. bueno de... no sé... era como de una especie de
latón que llevaba colocada encima de su turbante marrón. Estaba rodeada de...
¡monedas de peseta de franco! Aquello me desconcertó. Parecían ser ellos, lo
parecían. No obstante no me lo podía creer. Pregunté:
-¿Quienes sois?
-¡Los Reyes Magos, por
supuesto! ¿Quién habías pensado que éramos?
-N-no lo sé.
-No lo sabe, no lo
sabe.- El viejo me miró ceñudamente, con la mirada penetrante y los pómulos aún
más enrojecidos.- Bien, curioso muchachito, te voy a presentar. El negro, ya lo
habrás deducido, es Baltasar, rey de los moros. Este de aquí, el pelirrojo, es
Gaspar, rey de los Mongoles.- El rey no me pareció nada Mongol, pero bueno,
tenían que ser orientales.-Y por último yo soy Melchor.
-¿Y tú de quién eres
rey?
-¿Yo?- El vejete se
sonrió con orgullo.-Yo de la gente civilizada.
Ahora pude ver que
Melchor llevaba en la mano un áureo cetro. Por esto, y por lo que hasta ahora
había oído y visto, deduje que debía ser algo similar al jefe de los tres.
Gaspar llevaba en su mano una gran llave mágica, que refulgía con brillos
azul-blancuzcos. Baltasar cargaba con un saco que llevaba a la espalda,
agarrando su extremo a dos manos por delante de su hombro. Debía transportar
los regalos y juguetes.
-¿De verdad sois los
Reyes Magos? ¿No seréis...?
-¿Qué, chico?- El negro
me miró como si intentase descifrar mis pensamientos.
-¿No seréis una especie
de ladrones disfrazados de Reyes Magos, o algo así?
-Siempre lo mismo, siempre
lo mismo.- Melchor miraba a los cielos como suplicando mientras hablaba.-En
estos tiempos ya nadie confía en nosotros. Cuando nos descubren todos saltan
con lo mismo. ¡No!, ¡no somos ladrones, somos los Reyes Magos, veníamos a
traerte unos regalos, pero si no los quieres nos iremos y...!
-No, no, disculpen,
disculpen, tiene razón. Perdónenme, por favor.
-Mira el señorito, será
que no se fía de este pobre negro.
-Será eso. El negro no
trae más que problemas.- Dijo Melchor dirigiéndose a mí.-Pero por lo menos es
bueno para cargar con los regalos. Yo ya soy viejo, y con mi reuma yo...
-No pongas excusas,
Melchor. Tú eres mago como este pobre negrito y podrías cargar con el peso con
la misma facilidad que yo.
-¡Está bien! Pero cada
uno debe estar en su puesto. Los negros debéis cargar con los sacos. ¿Por qué
crees que te contratamos?
-No me contratasteis,
yo soy tan importante como vosotros dos.
-¡Basta, basta, dejad
de discutir! Mira, muchacho. Disculpales. Siempre se están peleando. Por eso de
las minorías étnicas, ¿comprendes?- Gaspar me sonreía al hablar.
-Pero... la gente- dije
yo-¿cómo no se despiertan?
-Ya te lo dijimos,
nuestro encantamiento duerme profundamente a las personas del barrio donde
vamos.
-Pero, ¿y yo?
-No sé, algo saldría
mal.
-¡El negro, seguro!-
Refunfuñó Melchor nuevamente.-Anda, empieza a rebuscar en el saco los regalos
para el chico este, ¡deprisa!
-Sí, bwana, sí bwana.
No se enfade señor Melchor. Este negro pobre va a buscar en el saco
enseguidita, ya mismo tengo los regalos.
El Rey Baltasar parecía
una burda imitación de un negro. O de como nosotros, blancos ignorantes,
solemos ver a los negros, basándonos en películas mal dobladas.
-Esperad, esperad.
Antes quiero preguntaros algo.- Hablé con naturalidad para que no notasen que
en realidad los quería poner a prueba por si, de todas formas, eran unos
vulgares rateros y no los Reyes Magos.-¿Dónde habéis dejado aparcados a los
camellos?
-¡Camellos!- Melchor
gritó furioso.-No me nombres a los camellos. Esos animales tontos, estúpidos. Sólo
saben rumiar y cuando intentas decirles algo se te quedan mirando con cara de
no entender nada. No me mientes a los camellos, todo el mundo nombra a los
camellos, todos creen que viajamos en camellos. ¡No, no y no! Esos animales
sólo traen complicaciones, son estúpidos y no sirven para nada. Ni siquiera
saben hablar.
-Pero yo creí...
-Yo creí, yo creí...
todos dicen los mismo, yo creí. Hay que aclararlo definitivamente. Entérate
bien, no son camellos, son dromedarios. Es algo muy distinto.
-¿Y cuál es la
diferencia?
-¿Tú también? Nadie-
Melchor parecía a punto de llorar -nadie sabe distinguir entre un vulgar y
tonto camello y un dromedario. ¿No lo sabes? Los dromedarios sólo tienen una
joroba.
-Bueno sí, ¿pero es eso
tan importante?
-Jovencito, tienes la
cabeza llena de pájaros. Tanto estudiar y no sabes pensar nada que se escape a
lo que dicen tus libros y apuntes. Los dromedarios, y entérate de una vez por
todas, son animales Mágicos. Si se sabe frotar su joroba se puede ir en un
instante hasta el lugar del mundo que se quiera. Además saben hablar.
-Sí, y su conversación
es sumamente interesante.- Intervino Gaspar.
-¿Cómo crees si no que
viajamos nosotros? Corriendo no llegaríamos muy lejos. Ni siquiera en avión.
Necesitamos a los dromedarios.
-Bueno, vale, vale.
¿Pero donde los tenéis aparcados?
-Aparcados, aparcados.
Maldita época moderna. No se dice aparcar si se habla de animales.- Melchor
parecía que quería comerme de lo enfadado que estaba.
-Bueno, ¿pero donde
están?
-Ahí fuera.- Dijo
Gaspar.-Mira por la cristalera.
Me acerqué y pegué la
nariz al cristal. Afuera caía una pesad niebla que apenas dejaba ver que al
mismo tiempo seguía nevando. Todo lo demás parecía haber desaparecido,
recubierto por el manto lechoso de la húmeda niebla. Fijando más mi vista pude
ver las sombras entre la niebla de los tres camellos, perdón, dromedarios.
Estaban suspendidos en el aire. Flotando a la altura de mi terraza envueltos
por la niebla y con las alforjas repletas.
-¡Dios santo, están
ahí, flotando en el aire!
-Claro.- Gaspar se
acercó hasta mí y posó una mano en mi hombro al tiempo que miraba conmigo hacia
los dromedarios.-Ya te dijimos que son Mágicos.
-Mágicos y to lo que
quieras, chico, pero llevo esa joroba clavada en la rabadilla. El señorito
Melchor no me deja utilizar la silla de montar porque los negros no hemos
nacido para experimentar las comodidades.
-¡Claro que no!-
Melchor miró a Baltasar con furia.-Siempre protestando, no hacer más que
protestar.- Yo me volví por fin hacia ellos.
-Dejad de pelearos. Si
ahora os vieran los niños de todo el mundo no sé lo que dirían. Estáis
perjudicando a la imagen que los Reyes Magos siempre han tenido...
-Debimos haber ido con
aquel rey chino que...-Melchor seguía hablando sin escucharme.
-...y no debías de
mostrarte tan racista.
-¡Racista yo! No, no
soy racista. Sólo que odio a este negro. Los negros no han nacido para ser
Reyes.
-No chico, los negros
fuimos creados por el señor Dios sólo para recoger algodón y cantar en los
coros de Nabucodonosor.
-Ya está bien. El chico
tiene razón.- Gaspar intentaba poner paz.-Esta no es la imagen que la gente
tiene de nosotros. Dejad de pelearos. Baltasar es tan importante como nosotros.
Sólo es uno y nosotros dos, pero el color de la piel no importa. Piensa en lo
que los niños y los mayores pensarían de ti si ahora te vieran.
-Eso es porque ellos no
tienen que convivir con este negro zumbón.
-¡Ya está bien, callad!
Si vais a ser así prefiero que os vayáis y no me regaléis nada.
-Calma, chico, a mí no
me molesta. ¿Sabe tú? Tienes que perdonar al viejo, es de la época del
esclavismo. Tiene ideas anticuadas porque es un viejo.
-¡Y tú un negro zumbón
que ni siquiera sabe cantar los coros del Nabuco!
Aquello era patético,
no sabía si reír o llorar.
Gaspar se alejó de mí y
fue a hablar en privado, a un rincón, con Melchor. Después hizo lo mismo con
Baltasar. Al poco pude observar como el viejo y el negro se estrechaban las
manos.
-Estamos en paz,
reconozco que hoy me he excedido contigo. No me importa hacer las paces si
reconoces que eres minoría étnica.- Melchor sonrió al hablar.
-Sí, bwana. Pero a
mucha honrita, porque los negritos somos buena gente, sí señor.
-Desde luego.- Gaspar y
Melchor corearon estas palabras al unísono.
-Bueno.- Dije
yo.-Pasemos a asuntos más importantes y trascendentes. En primer lugar: ¿Cómo
es que existís? Quiero decir que mis padres reconocieron que ellos eran los que
hacían de Reyes.
-Y lo eran.- Dijo
Gaspar, el pelirrojo, con su voz aterciopelada. -En realidad esta es la primera
vez que venimos a tu casa.
-¿Y cómo es eso?
-Bien, deja que te lo
explique. Los Reyes Magos formamos parte del Comando del Bien que Dios tiene
destacado en la tierra. Nuestra misión es muy clara. Conservar la ilusión de la
gente y así evitar que el mundo se corrompa y se llene de guerras y violencia.
-¿Y cómo lo hacéis?
-No es muy difícil.
Tenemos asignado este territorio, y algunas partes del mundo más, mientras que
ese gordo barbudo tiene el resto. Aunque ahora con esto de los americanos que
os llenan de su publicidad, las competencias se hacen más complicadas. Como
sigamos así el gordo acabará ganándonos la partida y le asignarán también tu
país. Pero bueno, dejemos a ese gordo rojo y barbudo que tiene esa odiosa
costumbre de viajar en reno. Cada año, nosotros y tres y algunos de nuestros
pajes, vamos a varias casas, cientos de miles como mucho, en las que creemos
que podemos hacer algo para ayudar a los habitantes de esa casa. Pero en
realidad nuestra tarea es mucho más importante. Intentamos ir a casas de
personajes claves, por cierto que nos costó mucho evitar las medidas de
seguridad de la casa del ruso ese de la mancha, y llenarlos de ilusión y así
intentar mantener la paz. Este año hemos ido a Rusia, a Yugoslavia, y como
siempre al Tercer Mundo. Al mundo occidental y desarrollado solemos acudir
menos, porque hacemos menos falta. Nuestros regalos no son sólo materiales. Son
cosas que pueden despertar la ilusión de los que los reciben y hacer que su
vida cambie a mejor y transmitan su felicidad y sus deseos de paz a los demás.
Por ejemplo, en África no sólo regalamos comida, sino instrumentos que ayuden a
cosechar. Intentamos evitar las guerras y los desastres, pero con nuestras
limitaciones es poco lo que podemos hacer. Tienes la prueba. En realidad es el
propio hombre el que debe aprender a ayudarse a sí mismo. Nos lo ponéis muy
difícil.
-¿Y por qué habéis
venido a mi casa? Yo no creo que necesite nada de eso.
-Te equivocas,
muchacho. Pronto lo comprenderás. Pero de todas formas hay algo más. Vamos a
casa de todo el mundo por lo menos una vez en la vida. A veces los regalos que
dejamos no son del todo tangibles, o nadie advierte que son regalos nuestros.
Pero la vida de las personas cambia. De todas formas son muy pocos los que no
caen en el hechizo y consiguen mantenerse despiertos para poder vernos. Pocos
nos ven, pero al menos una vez en la vida todas las familias del mundo son
visitadas. Hoy te ha tocado a ti. Quizá después de esta noche nunca vuelvas a
vernos, nunca volvamos a visitarte, o quizá sí...
-Balta, saca los
regalos para este chico.
-Sí, bwana, enseguidita
los busco en este saquito que llevo con gusto.
El Rey negro posó el
saco en el suelo y rebuscó en su interior metiendo la cabeza dentro. Al fin
sacó algo. No era mucho, o al menos a mí no me lo pareció en aquel momento. Era
una especie de estilográfica y unos pocos folios escritos.
-Es una pluma Mágica.-
Continuó Gaspar.-Para ti. Deberás descubrir por ti mismo el uso que puedes
darle. Estos papeles son dos cuentos. Son para tus padres. Aunque tu podrás
leerlos después.- Baltasar dejó los cuentos encima del tresillo y la pluma
Mágica al lado.
-Pero oye, chico, no
deberás tocarlos hasta la mañanita. Esa es la costumbre, mi muchachito, y tú
debe repestala.
-Respetarla.- Corrigió
el gruñón Melchor.
-Sí, sí, perdona a este
negro inculto que no sabe hablar como los señoritos blancos.
-Bien, ahora debemos
irnos.- Dijo Gaspar.-Ya hemos perdido mucho tiempo en esta casa. La noche se
acaba y pronto llegará la mañana. Aún tenemos mil casas más que visitar y
debemos acabar antes de que llegue el alba.
-Antes de que llegue el
alba, señorito.- Corroboró el negro.
-Esperad.- Yo les
detuve.-Sólo un momento más. Quiero hablar a solas con Balta, perdón, Su
Majestad Baltasar.
-¡Oh!, no se moleste,
señorito, en nombrar mi título. Un negro no se merece que le nombren el título.
No se merece ni siquiera tenerlo.- Baltasar se me acercó y nos fuimos a un
rincón del salón.
-Señor Rey Negro. Le he
estado observando todo el rato y usted solo hace que reconocer que los negros
son inferiores y sólo habla de esa ridícula forma.
-Pero señorito, ¿no lo
había notado?
-¿El qué?
-Que todo era una
comedia.- Ahora su voz era totalmente normal, suave y cálida y nada, nada
ridícula.-Es cierto- continuó -que Melchor es un viejo cascarrabias y que le
gusta meterse conmigo, pero sólo es porque me quiere mucho. Por otra parte los
dos disfrutamos desempeñando este papel. ¿Lo habías creído? Si he actuado así
es porque es como la mayoría de la gente esperaría que actuase. Es parte de
nuestro mensaje. La mejor forma de trasmitirte lo que de tu mundo debe
desaparecer.
-¿Entonces?
-Sí, todo era una
broma. Los tres somos los Reyes Magos, los Reyes Verdaderos, nos queremos y
trabajamos juntos en esta noche para llevarle a la gente la ilusión. Eso es lo
que pretendemos.
-Entonces el hechizo no
falló. Vosotros queríais que os descubriera.
-No exactamente. El
hechizo no falló, es cierto, pero hay gente que está destinada a vernos.
Nosotros no sabemos por qué y no controlamos eso. Simplemente tú eras uno de
esos predestinados.
Miré hacia los otros
dos Reyes, que ya estaban al lado de la puerta de la terraza, ellos me
devolvieron la mirada acompañada de una elocuente sonrisa.
-Me tengo que ir.-
Baltasar, el Rey Negro, se dirigió hacia donde le esperaban sus dos compañeros,
recogió el saco y me saludó. Los otros dos imitaron el saludo.
En el último momento Melchor habló:
-Date prisa, negro
zumbón, que llegamos tarde.
Los cuatro estallamos
en carcajadas y entonces un antinatural viento atrajo a la niebla dentro de la
casa. Cuando ésta se disipó los tres Reyes ya no estaban allí. Corrí hacia el
cristal que daba al balcón y, mirando a través de él, aún creí adivinar la
silueta de los tres Reyes perdiéndose en las alturas montados a la grupa de sus
tres dromedarios Mágicos.
Miré unos segundos los regalos que los Reyes me habían dejado.
Apagué la luz del salón y me acosté.
Mis padres no creyeron mi historia. Pensaron que todo había sido
invención mía. No obstante el leer aquellos cuentos les hizo cambiar. Desde
entonces se les veía más felices. En cuanto a mí, tardé mucho tiempo en
encontrar uso a la pluma, presuntamente Mágica, que me habían dejado. Durante
mucho tiempo permaneció expuesta en una estantería como un adorno más, pero
ahora, por fin, he descubierto ya su utilidad y me beneficio de su magia. La
estoy utilizando para escribir estas líneas y sin duda sé que a partir de ahora
escribiré otros muchos relatos donde se reflejará la magia de mi pluma.
Al fin he encontrado la alegría y la ilusión que los tres Reyes
Magos habían intentado infundirme con su curioso regalo.
FIN