viernes, 24 de enero de 2014


EL RELATO DE LA SEMANA

 


ALGAS

Me conducen al cementerio. Es como si ya estuviera muerto. Mi cama tiembla bajo mi espalda como si me llevaran en andas, dentro del ataúd. Mi vida se consume, el fin se acerca... y entre todas las imágenes que mi imaginación podría conjurar, una sóla acude a mi mente. Las algas...

Algas tiradas por la playa, salobre sensación en mi olfato.
Una pareja de novios paseando hacia el atardecer, dejando que sus pies desnudos sean acariciados por las olas.
Yo sólo. Abandonado por la vida, ya entonces, en mi juventud. Miro las algas y mi cerebro crea extrañas imágenes verdes, carnosas, resbaladizas, huidizas y frías.

Luego durmiendo sólo. En la noche. El sonido de las olas intentando mecerme allá abajo. Pero es imposible dormir.
Algo húmedo y verde está instalado en mi cerebro. La sombra de mi soledad está a los pies de mi cama, me mira fijamente.

Tengo que pasear para poder dormir. Bajo a la playa y me paseo medio desnudo intentando que mi piel se impregne del frescor, de la humedad y del aire salobre.
No hay luna, las nubes apenas dejan asomar algunas atrevidas y débiles estrellas.

Mis pasos son solitarios, mi andar cadencioso. Mi mente cae por una pendiente que me lleva a lugares decadentes, consumidos.
Entonces oigo un susurro que se levanta por encima del de las olas. La silueta de una mujer que me llama. Una mujer desnuda que sale del mar y se acerca para abrazarme.

Nos amamos sobre la arena, en la oscuridad casi completa, acariciados por la marejada nocturna, por la espuma blanca que apenas destella. Sensaciones resbaladizas, carnosas, frías, envuelven mi piel. No hablamos una palabra.
Ya no estoy solo. Ya mis pasos se encaminan hacia el claro de la luna, que ahora pugna por salir e iluminar de plata el mundo.
Entonces la mujer me deja, acaba su abrazo voluptuoso y corre hacia el interior del mar. Su piel tiene un tono verdoso, y desaparece bajo el agua antes de que pueda seguirla. Me quedo paralizado. Cansado me duermo junto al agua.

Las cosquillas de la luz sobre mis ojos me despiertan. El sol crea una carretera dorada sobre el agua, apunto de despegarse del mar. Recuerdo inmediatamente todo lo que ocurrió la noche anterior.
Miro hacia todas partes. A unos pocos metros, un grupo de algas desparramadas tienen la forma del cuerpo de una mujer. Cierro los ojos desesperado y gateo hacia ellas. Me revuelco entre las algas mientras comienzo a llorar.

Y ahora, en mi lecho, viene a mí aquella sensación verde y resbaladiza, salobre, que me envuelve, que me abraza, que me lleva bajo las aguas del mar para siempre, y yo me siento bien.

jueves, 2 de enero de 2014

EL RELATO DE LA SEMANA


LOS REYES VERDADEROS
Hacía ya tiempo que yo había dejado de creer en los Reyes Magos. En la época en la que la infancia sale de su etapa mágica, en la que los niños tienen una mente abierta, capaz de admitirlo todo, de creer lo más absurdo, entonces y sólo entonces fue cuando algunas malas lenguas me empezaron a insinuar que los reyes eran los padres. Y eso quería decir que sólo en el caso de la familia real los padres serían también Reyes, aunque dos de distinto sexo y no tres y barbudos, siendo negro uno de ellos. Esas malas lenguas insinuaban preguntas que creaban la polémica, que llevaban a la duda. Preguntaban que cómo era posible que los Reyes de oriente pudiesen entrar en algunas casas que estaban cerradas. Estaba claro que lo de que volaban ya se daba por hecho y sólo me quedaba añadir que debían poseer una llave mágica capaz de abrir las puertas incluso sin cerradura, como solían ser las de terrazas por donde ellos, yo lo sabía bien, acostumbraban a entrar. Otra pregunta capciosa consistía en la explicación que solía dársele a esa habilidad de los tres Magos de atender a todos los niños en una sola noche. Eso, para mi gusto, era algo muy fácil de responder. Nadie decía que los Reyes lo hicieran todo. Para eso tenían a los pajes, que se distribuían por todo el mundo llevando los encargos que procedían de Sus Majestades. Luego se ahondaba en otro tema que acrecentaba la polémica entre los niños. Eso que se decía de que no se podía ver a los Reyes. ¿No sería eso una treta de los padres para que así no les descubriéramos desempeñando en la Noche de Reyes el papel de los tres Magos? Era imposible ya inventar contestaciones convincentes a tal avalancha de preguntas. En esa época la imaginación de los niños se empieza a apagar y al final se cae en la misma incredulidad de siempre. Los padres confiesan y al final todos los niños empiezan a presumir de que saben que los Reyes Magos no existen. Quizá desde ese momento empezamos a perder la verdadera ilusión. La magia. Empezamos a convertirnos poco a poco en odiosos adultos faltos de imaginación y con la mente cerrada a cal y canto. Muchas veces, llegados a adultos, intentamos recordar los lejanos días de nuestra infancia y comprobamos que aparecen aún más lejanos, dado que sesos recuerdos se encuentran enterrados bajo muchas capas de materia gris. Nos olvidamos, sí, aunque no lo queramos nos olvidamos de como era nuestra infancia. No tanto ya de los hechos puntuales, que ya de por sí se recuerdan muy desvaídos, sino que lo que más perdemos son los sentimientos infantiles. Nuestros mecanismos mentales cuando éramos niños. Nuestra lógica. Esa lógica inocente y quizá mucho más real de lo que nosotros creemos, después de poner en marcha nuestros adulterados procesos elucubrantes. Cuando somos niños creemos. Simplemente eso, creemos, luego dejamos de creer y eso es el principio de nuestra perdición. No obstante mi caso es diferente, yo los he visto, les vi hace tiempo, cuando aún era un adolescente, cuando todavía mi mente contenía retazos de esa lógica infantil, cuando aún la magia no se había desvanecido por completo. ¿Desean oír mi historia? ¿Desean conocer detalles y pormenores? Muy bien, pónganse cómodos, desinhiban su mente de todo tipo de prejuicios racionalistas. ¿Ya están preparados? Adelante pues:
     Fue la Noche de Reyes, hace varios inviernos. El día había transcurrido entre celebraciones familiares y juegos con mis amistades. Había estado nevando desde hacía varios días. Nunca nieva demasiado aquí, lo que le daba a aquellos días un ambiente mágico, deambulando siempre sobre la lisa capa de la blanquísima nieve que se había ido posando lentamente aquellos días. Todos estuvimos en la calle con nuestros anoraks, con nuestros guantes impermeables, con nuestras altas botas de goma. Coloradotes ante el rigor del frío. Estremecidos por la humedad y la baja temperatura. Aún más cuando estábamos en contacto con la nieve. Todo ese día pasó pues en una cadena interminable de juegos con la nieve y en la nieve. En estos juegos las batallas con bolas hechas mediante la unión de los blancos y húmedos copos fueron los más abundantes, además de los más desagradables (para aquellos que recibían los helados y duros impactos) pero al fin, como en cualquier otro día, las luces se fueron diluyendo, la nieve perdió su brillo y silenciosamente la noche fue cayendo.
     Ya hacía tiempo que no creía en los Reyes, como antes ya mencioné, pero aún quedaba algo de ilusión para esa noche. Los regalos me los compraban al principio de la navidad, para que yo tuviera más tiempo de disfrutar de ellos, pero aún quedaba la tradición de hacer un último regalo en esa noche. Un regalo sorpresa. Eso mantenía aún el encanto. Por eso me dormí soñando con lo que podía encontrarme, en el salón de mi casa, al lado de la puerta de cristal que da al balcón, a la mañana siguiente.
     De pronto desperté sobresaltado. Levanté ligeramente la persiana con el tirador que yo podía alcanzar sin tener que incorporarme. Subí un poco la persiana hasta que pude constatar que aún era noche cerrada. Acto seguido miré el reloj y bajé nuevamente la persiana hasta abajo. Las tres de la madrugada. ¿Por qué me había despertado a esa hora? Nunca me despertaba a esa hora. Quizá había sido por el ruido, que ahora oía, de la nieve derritiéndose al chocar con el alfeizar de mi ventana, al golpear en la persiana de plástico. Sí, los sonidos eran lo suficientemente fuertes como para poder haberme despertado, sin embargo... Sí, hacía varios días que había estado nevando. En las noches anteriores algunos retazos de nieve se habían derretido y chocado igualmente contra mi persiana, debiendo provocar también un considerable ruido. Sin embargo las otras noches no me había despertado y esa noche sí. Me incorporé nuevamente y permanecía sentado en la cama, con la mitad del cuerpo para abajo tapado con las sábanas y las mantas, y con la otra mitad protegida del frío sólo con mi pijama. Permanecía así unos minutos, con los ojos abiertos inspeccionando la habitación en la oscuridad. No se apreciaba el movimiento de sombra alguna. Agucé los oídos. Permanecía aún varios minutos más así y nada llegó hasta mis tímpanos. Debía haber sido una pesadilla. Me volvía a recostar y a taparme de nuevo. Me dormiría y a la mañana siguiente me levantaría temprano para ver mi regalo. Cerré los ojos. Sin embargo... No podía apartar de mi mente un extraño pensamiento. Era como si algo extraño ocurriese aunque yo no podía percibirlo. ¡Sí! Quizá mis padres se habían levantado en ese momento para colocar mi regalo. Por eso me había despertado. Decidí levantarme e ir a mirar. Si les pillaba en el salón, a punto de colocar mi regalo de la Noche de Reyes, les daría un buen susto. Ya levantado abrí silenciosamente la puerta de mi habitación. Salí al pasillo. A unos dos metros a mi izquierda estaba la puerta de la habitación de mis padres. Al fondo la puerta que daba al salón. Andé tanteando las paredes y cuando llegué a la altura de la habitación de mis padres me di cuenta de que la puerta estaba entreabierta. Así que yo estaba en lo cierto. Se habían levantado justo en ese momento. Según avanzaba por el pasillo me daba cuenta de que mis sospechas eran reales. A través de la puerta que daba al salón, y que era mayormente de cristal, pude distinguir unas sombras que se movían sigilosas. Habíamos dejado levantada la persiana de la puerta de la terraza, y el salón estaba iluminado tenuemente por la luz que entraba de la calle.
     Al pararme justo detrás de la puerta también puede oír leves murmullos. Sí, estaban allí. Les había pillado. Les iba a dar un susto de muerte.
     Abrí la puerta de golpe dispuesto a dar un grito, pero lo que de verdad hice fue quedarme petrificado y sin habla. Lo que había delante de mí no eran mis padres. Eran tres siluetas que en un corro discutían en voz baja entre ellos.
     Una de las tres figuras se dio cuenta de mi presencia y se volvió hacia mí.
-¡Oh! ¡Nos ha descubierto!- Dijo susurrando.
Otro de los personajes también se volvió y en la difusa luz pude advertir un gesto de enfado en su rostro.
-¿Por qué has tenido que descubrirnos? ¿No tenías otra cosa que hacer?- Su voz sonaba como la de un anciano venerable, pero visiblemente irritada.
     Yo, no sabiendo que hacer o decir, me quedé en el hueco de la puerta, sin entrar en el salón o salir chillando de miedo hacia la habitación de mis padres. El tercer personaje apenas se podía ver en la oscuridad. Era algo extraño. Era como si fuera, como si fuera...
-¡Negro!, dile a ese chico que entre ya o que se vaya a dormir. Ya que nos ha visto poco importa.- Era el viejo quien hablaba.
-Enseguida, chico. Oye tu, jovensito, entra pa ca o vete tú a dormir.- No lo podía creer, hablaba exactamente igual, igualito a... Tenía el acento como aquello de "¡Señorita Escarlata, Señorita Escarlata!" Se acercó hasta mí, me cogió del brazo y me introdujo del todo en el salón. Cerró la puerta del pasillo dando un portazo.
-¡Vas a despertar a mis padres!- Al fin pude hablar.
-Imposible, chico, tus padres están dormidos y requetebién dormidos.
-Es un hechizo.- El primer personaje se acercó hasta mí. Era más joven y su voz era dulce, melodiosa y amable. El viejo se alejó hacia el otro extremo de la habitación y encendió la luz.
-¡Pero mis padres!
-¡Ya te hemos dicho que están dormidos, reconcholis!- El viejo volvía mirándome con furia.
Ahora podía verlos, verlos a los tres. Eran... o parecían ser... sí, ¡los Reyes Magos! Vestían mantos reales, botas de tacón alto y camisas llenas de joyas. El más viejo tenía la barba blanca, los ojos negros y brillantes, los pómulos coloradotes y en su cabeza lucía una corona de oro rodeada de piedras rojas, que ahora refulgían a la luz de la lámpara del salón. El otro, el joven, tenía la barba pelirroja, y el pelo, claro está, y los ojos azules. Tenía un aspecto simpático, amable. Una sonrisilla ancha y franca. Llevaba en la cabeza una corona de plata rodeada de joyas verdes, que también refulgían dando todo tipo de destellos. El negro... bueno, era negro. Tenía los ojos oscuros, la nariz aplastada y ancha, los labios gruesos y los dientes, en comparación con su piel, blanquísimos. Su rostro, por lo demás, era regordete y bonachón. En su cabeza lucía una corona de.. bueno de... no sé... era como de una especie de latón que llevaba colocada encima de su turbante marrón. Estaba rodeada de... ¡monedas de peseta de franco! Aquello me desconcertó. Parecían ser ellos, lo parecían. No obstante no me lo podía creer. Pregunté:
-¿Quienes sois?
-¡Los Reyes Magos, por supuesto! ¿Quién habías pensado que éramos?
-N-no lo sé.
-No lo sabe, no lo sabe.- El viejo me miró ceñudamente, con la mirada penetrante y los pómulos aún más enrojecidos.- Bien, curioso muchachito, te voy a presentar. El negro, ya lo habrás deducido, es Baltasar, rey de los moros. Este de aquí, el pelirrojo, es Gaspar, rey de los Mongoles.- El rey no me pareció nada Mongol, pero bueno, tenían que ser orientales.-Y por último yo soy Melchor.
-¿Y tú de quién eres rey?
-¿Yo?- El vejete se sonrió con orgullo.-Yo de la gente civilizada.
Ahora pude ver que Melchor llevaba en la mano un áureo cetro. Por esto, y por lo que hasta ahora había oído y visto, deduje que debía ser algo similar al jefe de los tres. Gaspar llevaba en su mano una gran llave mágica, que refulgía con brillos azul-blancuzcos. Baltasar cargaba con un saco que llevaba a la espalda, agarrando su extremo a dos manos por delante de su hombro. Debía transportar los regalos y juguetes.
-¿De verdad sois los Reyes Magos? ¿No seréis...?
-¿Qué, chico?- El negro me miró como si intentase descifrar mis pensamientos.
-¿No seréis una especie de ladrones disfrazados de Reyes Magos, o algo así?
-Siempre lo mismo, siempre lo mismo.- Melchor miraba a los cielos como suplicando mientras hablaba.-En estos tiempos ya nadie confía en nosotros. Cuando nos descubren todos saltan con lo mismo. ¡No!, ¡no somos ladrones, somos los Reyes Magos, veníamos a traerte unos regalos, pero si no los quieres nos iremos y...!
-No, no, disculpen, disculpen, tiene razón. Perdónenme, por favor.
-Mira el señorito, será que no se fía de este pobre negro.
-Será eso. El negro no trae más que problemas.- Dijo Melchor dirigiéndose a mí.-Pero por lo menos es bueno para cargar con los regalos. Yo ya soy viejo, y con mi reuma yo...
-No pongas excusas, Melchor. Tú eres mago como este pobre negrito y podrías cargar con el peso con la misma facilidad que yo.
-¡Está bien! Pero cada uno debe estar en su puesto. Los negros debéis cargar con los sacos. ¿Por qué crees que te contratamos?
-No me contratasteis, yo soy tan importante como vosotros dos.
-¡Basta, basta, dejad de discutir! Mira, muchacho. Disculpales. Siempre se están peleando. Por eso de las minorías étnicas, ¿comprendes?- Gaspar me sonreía al hablar.
-Pero... la gente- dije yo-¿cómo no se despiertan?
-Ya te lo dijimos, nuestro encantamiento duerme profundamente a las personas del barrio donde vamos.
-Pero, ¿y yo?
-No sé, algo saldría mal.
-¡El negro, seguro!- Refunfuñó Melchor nuevamente.-Anda, empieza a rebuscar en el saco los regalos para el chico este, ¡deprisa!
-Sí, bwana, sí bwana. No se enfade señor Melchor. Este negro pobre va a buscar en el saco enseguidita, ya mismo tengo los regalos.
El Rey Baltasar parecía una burda imitación de un negro. O de como nosotros, blancos ignorantes, solemos ver a los negros, basándonos en películas mal dobladas.
-Esperad, esperad. Antes quiero preguntaros algo.- Hablé con naturalidad para que no notasen que en realidad los quería poner a prueba por si, de todas formas, eran unos vulgares rateros y no los Reyes Magos.-¿Dónde habéis dejado aparcados a los camellos?
-¡Camellos!- Melchor gritó furioso.-No me nombres a los camellos. Esos animales tontos, estúpidos. Sólo saben rumiar y cuando intentas decirles algo se te quedan mirando con cara de no entender nada. No me mientes a los camellos, todo el mundo nombra a los camellos, todos creen que viajamos en camellos. ¡No, no y no! Esos animales sólo traen complicaciones, son estúpidos y no sirven para nada. Ni siquiera saben hablar.
-Pero yo creí...
-Yo creí, yo creí... todos dicen los mismo, yo creí. Hay que aclararlo definitivamente. Entérate bien, no son camellos, son dromedarios. Es algo muy distinto.
-¿Y cuál es la diferencia?
-¿Tú también? Nadie- Melchor parecía a punto de llorar -nadie sabe distinguir entre un vulgar y tonto camello y un dromedario. ¿No lo sabes? Los dromedarios sólo tienen una joroba.
-Bueno sí, ¿pero es eso tan importante?
-Jovencito, tienes la cabeza llena de pájaros. Tanto estudiar y no sabes pensar nada que se escape a lo que dicen tus libros y apuntes. Los dromedarios, y entérate de una vez por todas, son animales Mágicos. Si se sabe frotar su joroba se puede ir en un instante hasta el lugar del mundo que se quiera. Además saben hablar.
-Sí, y su conversación es sumamente interesante.- Intervino Gaspar.
-¿Cómo crees si no que viajamos nosotros? Corriendo no llegaríamos muy lejos. Ni siquiera en avión. Necesitamos a los dromedarios.
-Bueno, vale, vale. ¿Pero donde los tenéis aparcados?
-Aparcados, aparcados. Maldita época moderna. No se dice aparcar si se habla de animales.- Melchor parecía que quería comerme de lo enfadado que estaba.
-Bueno, ¿pero donde están?
-Ahí fuera.- Dijo Gaspar.-Mira por la cristalera.
Me acerqué y pegué la nariz al cristal. Afuera caía una pesad niebla que apenas dejaba ver que al mismo tiempo seguía nevando. Todo lo demás parecía haber desaparecido, recubierto por el manto lechoso de la húmeda niebla. Fijando más mi vista pude ver las sombras entre la niebla de los tres camellos, perdón, dromedarios. Estaban suspendidos en el aire. Flotando a la altura de mi terraza envueltos por la niebla y con las alforjas repletas.
-¡Dios santo, están ahí, flotando en el aire!
-Claro.- Gaspar se acercó hasta mí y posó una mano en mi hombro al tiempo que miraba conmigo hacia los dromedarios.-Ya te dijimos que son Mágicos.
-Mágicos y to lo que quieras, chico, pero llevo esa joroba clavada en la rabadilla. El señorito Melchor no me deja utilizar la silla de montar porque los negros no hemos nacido para experimentar las comodidades.
-¡Claro que no!- Melchor miró a Baltasar con furia.-Siempre protestando, no hacer más que protestar.- Yo me volví por fin hacia ellos.
-Dejad de pelearos. Si ahora os vieran los niños de todo el mundo no sé lo que dirían. Estáis perjudicando a la imagen que los Reyes Magos siempre han tenido...
-Debimos haber ido con aquel rey chino que...-Melchor seguía hablando sin escucharme.
-...y no debías de mostrarte tan racista.
-¡Racista yo! No, no soy racista. Sólo que odio a este negro. Los negros no han nacido para ser Reyes.
-No chico, los negros fuimos creados por el señor Dios sólo para recoger algodón y cantar en los coros de Nabucodonosor.
-Ya está bien. El chico tiene razón.- Gaspar intentaba poner paz.-Esta no es la imagen que la gente tiene de nosotros. Dejad de pelearos. Baltasar es tan importante como nosotros. Sólo es uno y nosotros dos, pero el color de la piel no importa. Piensa en lo que los niños y los mayores pensarían de ti si ahora te vieran.
-Eso es porque ellos no tienen que convivir con este negro zumbón.
-¡Ya está bien, callad! Si vais a ser así prefiero que os vayáis y no me regaléis nada.
-Calma, chico, a mí no me molesta. ¿Sabe tú? Tienes que perdonar al viejo, es de la época del esclavismo. Tiene ideas anticuadas porque es un viejo.
-¡Y tú un negro zumbón que ni siquiera sabe cantar los coros del Nabuco!
Aquello era patético, no sabía si reír o llorar.
Gaspar se alejó de mí y fue a hablar en privado, a un rincón, con Melchor. Después hizo lo mismo con Baltasar. Al poco pude observar como el viejo y el negro se estrechaban las manos.
-Estamos en paz, reconozco que hoy me he excedido contigo. No me importa hacer las paces si reconoces que eres minoría étnica.- Melchor sonrió al hablar.
-Sí, bwana. Pero a mucha honrita, porque los negritos somos buena gente, sí señor.
-Desde luego.- Gaspar y Melchor corearon estas palabras al unísono.
-Bueno.- Dije yo.-Pasemos a asuntos más importantes y trascendentes. En primer lugar: ¿Cómo es que existís? Quiero decir que mis padres reconocieron que ellos eran los que hacían de Reyes.
-Y lo eran.- Dijo Gaspar, el pelirrojo, con su voz aterciopelada. -En realidad esta es la primera vez que venimos a tu casa.
-¿Y cómo es eso?
-Bien, deja que te lo explique. Los Reyes Magos formamos parte del Comando del Bien que Dios tiene destacado en la tierra. Nuestra misión es muy clara. Conservar la ilusión de la gente y así evitar que el mundo se corrompa y se llene de guerras y violencia.
-¿Y cómo lo hacéis?
-No es muy difícil. Tenemos asignado este territorio, y algunas partes del mundo más, mientras que ese gordo barbudo tiene el resto. Aunque ahora con esto de los americanos que os llenan de su publicidad, las competencias se hacen más complicadas. Como sigamos así el gordo acabará ganándonos la partida y le asignarán también tu país. Pero bueno, dejemos a ese gordo rojo y barbudo que tiene esa odiosa costumbre de viajar en reno. Cada año, nosotros y tres y algunos de nuestros pajes, vamos a varias casas, cientos de miles como mucho, en las que creemos que podemos hacer algo para ayudar a los habitantes de esa casa. Pero en realidad nuestra tarea es mucho más importante. Intentamos ir a casas de personajes claves, por cierto que nos costó mucho evitar las medidas de seguridad de la casa del ruso ese de la mancha, y llenarlos de ilusión y así intentar mantener la paz. Este año hemos ido a Rusia, a Yugoslavia, y como siempre al Tercer Mundo. Al mundo occidental y desarrollado solemos acudir menos, porque hacemos menos falta. Nuestros regalos no son sólo materiales. Son cosas que pueden despertar la ilusión de los que los reciben y hacer que su vida cambie a mejor y transmitan su felicidad y sus deseos de paz a los demás. Por ejemplo, en África no sólo regalamos comida, sino instrumentos que ayuden a cosechar. Intentamos evitar las guerras y los desastres, pero con nuestras limitaciones es poco lo que podemos hacer. Tienes la prueba. En realidad es el propio hombre el que debe aprender a ayudarse a sí mismo. Nos lo ponéis muy difícil.
-¿Y por qué habéis venido a mi casa? Yo no creo que necesite nada de eso.
-Te equivocas, muchacho. Pronto lo comprenderás. Pero de todas formas hay algo más. Vamos a casa de todo el mundo por lo menos una vez en la vida. A veces los regalos que dejamos no son del todo tangibles, o nadie advierte que son regalos nuestros. Pero la vida de las personas cambia. De todas formas son muy pocos los que no caen en el hechizo y consiguen mantenerse despiertos para poder vernos. Pocos nos ven, pero al menos una vez en la vida todas las familias del mundo son visitadas. Hoy te ha tocado a ti. Quizá después de esta noche nunca vuelvas a vernos, nunca volvamos a visitarte, o quizá sí...
-Balta, saca los regalos para este chico.
-Sí, bwana, enseguidita los busco en este saquito que llevo con gusto.
El Rey negro posó el saco en el suelo y rebuscó en su interior metiendo la cabeza dentro. Al fin sacó algo. No era mucho, o al menos a mí no me lo pareció en aquel momento. Era una especie de estilográfica y unos pocos folios escritos.
-Es una pluma Mágica.- Continuó Gaspar.-Para ti. Deberás descubrir por ti mismo el uso que puedes darle. Estos papeles son dos cuentos. Son para tus padres. Aunque tu podrás leerlos después.- Baltasar dejó los cuentos encima del tresillo y la pluma Mágica al lado.
-Pero oye, chico, no deberás tocarlos hasta la mañanita. Esa es la costumbre, mi muchachito, y tú debe repestala.
-Respetarla.- Corrigió el gruñón Melchor.
-Sí, sí, perdona a este negro inculto que no sabe hablar como los señoritos blancos.
-Bien, ahora debemos irnos.- Dijo Gaspar.-Ya hemos perdido mucho tiempo en esta casa. La noche se acaba y pronto llegará la mañana. Aún tenemos mil casas más que visitar y debemos acabar antes de que llegue el alba.
-Antes de que llegue el alba, señorito.- Corroboró el negro.
-Esperad.- Yo les detuve.-Sólo un momento más. Quiero hablar a solas con Balta, perdón, Su Majestad Baltasar.
-¡Oh!, no se moleste, señorito, en nombrar mi título. Un negro no se merece que le nombren el título. No se merece ni siquiera tenerlo.- Baltasar se me acercó y nos fuimos a un rincón del salón.
-Señor Rey Negro. Le he estado observando todo el rato y usted solo hace que reconocer que los negros son inferiores y sólo habla de esa ridícula forma.
-Pero señorito, ¿no lo había notado?
-¿El qué?
-Que todo era una comedia.- Ahora su voz era totalmente normal, suave y cálida y nada, nada ridícula.-Es cierto- continuó -que Melchor es un viejo cascarrabias y que le gusta meterse conmigo, pero sólo es porque me quiere mucho. Por otra parte los dos disfrutamos desempeñando este papel. ¿Lo habías creído? Si he actuado así es porque es como la mayoría de la gente esperaría que actuase. Es parte de nuestro mensaje. La mejor forma de trasmitirte lo que de tu mundo debe desaparecer.
-¿Entonces?
-Sí, todo era una broma. Los tres somos los Reyes Magos, los Reyes Verdaderos, nos queremos y trabajamos juntos en esta noche para llevarle a la gente la ilusión. Eso es lo que pretendemos.
-Entonces el hechizo no falló. Vosotros queríais que os descubriera.
-No exactamente. El hechizo no falló, es cierto, pero hay gente que está destinada a vernos. Nosotros no sabemos por qué y no controlamos eso. Simplemente tú eras uno de esos predestinados.
Miré hacia los otros dos Reyes, que ya estaban al lado de la puerta de la terraza, ellos me devolvieron la mirada acompañada de una elocuente sonrisa.
-Me tengo que ir.- Baltasar, el Rey Negro, se dirigió hacia donde le esperaban sus dos compañeros, recogió el saco y me saludó. Los otros dos imitaron el saludo.
     En el último momento Melchor habló:
-Date prisa, negro zumbón, que llegamos tarde.
Los cuatro estallamos en carcajadas y entonces un antinatural viento atrajo a la niebla dentro de la casa. Cuando ésta se disipó los tres Reyes ya no estaban allí. Corrí hacia el cristal que daba al balcón y, mirando a través de él, aún creí adivinar la silueta de los tres Reyes perdiéndose en las alturas montados a la grupa de sus tres dromedarios Mágicos.
     Miré unos segundos los regalos que los Reyes me habían dejado. Apagué la luz del salón y me acosté.

     Mis padres no creyeron mi historia. Pensaron que todo había sido invención mía. No obstante el leer aquellos cuentos les hizo cambiar. Desde entonces se les veía más felices. En cuanto a mí, tardé mucho tiempo en encontrar uso a la pluma, presuntamente Mágica, que me habían dejado. Durante mucho tiempo permaneció expuesta en una estantería como un adorno más, pero ahora, por fin, he descubierto ya su utilidad y me beneficio de su magia. La estoy utilizando para escribir estas líneas y sin duda sé que a partir de ahora escribiré otros muchos relatos donde se reflejará la magia de mi pluma.
     Al fin he encontrado la alegría y la ilusión que los tres Reyes Magos habían intentado infundirme con su curioso regalo.

 FIN