lunes, 27 de mayo de 2013

EL RELATO DE LA SEMANA
EL ANZUELO

A veces la resaca del mar trae extraños seres.

Roberto la venía observando desde hacía varios días. Se sentaba justo a la orilla del mar. Sobre una pequeña toalla. Llevaba el pelo, muy oscuro, recogido en una larga cola de caballo, que le caía suavemente sobre la espalda. Vestía un minúsculo bikini verde.

No llevaba con ella más que el bikini y la pequeña toalla.

Parecía no hacer nada excepto tomar el sol. A veces se daba cortos baños, tras los que volvía a tumbarse sobre la arena, o a permanecer sentada, abstraída en sus pensamientos.

A veces hacía topless, y ofrecía generosamente su contundente anatomía a la vista de los paseantes y bañistas.

Daba la impresión de estar sola, aunque al cabo de varios días Roberto vio que un chico se le acerba y establecía conversación con ella. Sin embargo al día siguiente ella volvió a aparecer sola en la playa.

Roberto soñaba con ella, con el color moreno de su piel, con su sabor salado, con su leve olor a crema de protección solar.

Varios chicos pasaron por su toalla a lo largo de los días, pero ninguno parecía repetirse en los días siguientes.

Roberto siempre se sentaba cerca de donde, ineludiblemente, la chica tenía su lugar en la playa.

Roberto leía, pero su concentración se iba hacia la orilla del mar, hacia el bikini siempre verde, hacia la cola de caballo, hacia la piel morena y el cuerpo apetecible.

Era demasiado, tenerla allí tan cerca y no actuar.
Aquello se iba a acabar, y justo aquel día.

Roberto se levantó y se acercó a la chica. Se sentó junto a ella con naturalidad y comenzó una conversación:

-¿Cómo te llamas?
-Marina.
A Roberto le hizo gracia la coincidencia del nombre de ella con el contexto. Después hablaron de varias banalidades, hasta que la tarde empezó a caer.
Ella de dijo que iba a irse a su apartamento, y le invitó a acompañarla. Roberto no podía creer su suerte.  Iba a pasar la noche con la chica de sus sueños.

En el austero apartamento, demasiado austero para una mujer, Marina puso música que evocaba ritmos lejanos, antiguos y básicos. Bebieron algo y bailaron en el salón.

Luego ella lo condujo suavemente hacia la cama.

Pronto la escasa ropa abandonó sus cuerpos.

Ella se tumbó sobre él, atrapándolo con su cuerpo, acariciándolo sin usar las manos, lamiendo su cara y su boca. El sudor empezó a cubrirles, y un extraño olor a clorofila llenó la habitación.

Roberto vio que la piel de Marina tomaba un curioso tono verduzco, como si ríos verdes recorrieran sus entrañas.

En un momento quiso moverse, pero se vio atrapado por largas enredaderas. El cuerpo de Marina se había desfigurado hasta convertirse en una extraña planta carnívora.

Poco a poco Roberto quedó cubierto con los miembros vegetales, que crearon un estómago a su alrededor.

No hubo ningún tipo de dolor. Sólo una perdida de conciencia gradual y agradable. Como nacer pero a la inversa.

Marina permaneció aletargada toda la noche, mientras hacía la digestión, en un sueño de verdes fondos marinos.

Al día siguiente la chica del bikini verde estaba tranquilamente sentada a la orilla del mar, abstraída en sus pensamientos, sin reparar, aparentemente, en la admiración que su precioso cuerpo despertaba en los hombres que se encontraban cerca de ella.

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